Inicialmente las farmacias se llamaban droguerías, eran pequeñas industrias que preparaban medicamentos a recomendación del médico, la mayoría era de paredes blancas, con una trastienda donde había innumerable instrumental químico y farmacólogos de mandil blanco capaces de recrear cualquier brebaje.
Usted llegaba, le extendía la receta médica al químico farmacéutico y este le decía que regresara dentro de algunas horas (lo que demorara en generar el medicamento, jarabe o pomada). La fórmula era colocada en un pequeño envase que llevaba pegada una pequeña etiqueta impresa donde estaba impreso el nombre del profesional. Ya para entonces los establecimientos comenzaron a llamarse profesionalmente farmacias.
En los 50 en cada barrio había apenas dos o tres farmacias y esto era así porque por exigencia del Estado, solo los químicos farmacéuticos estaban autorizados a tener en propiedad estos establecimientos y a atenderlos cuando se encontraban en funcionamiento.
"La máxima aspiración de cada profesional era tener su propia farmacia", señala Juan Parreño Tipian es químico farmacéutico, quien hoy es docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Universidad Norbert Wiener.
Hasta el año 1993, las farmacias del Perú eran negocios netamente familiares. La ecuación era simple: un químico farmacéutico por un establecimiento.
Parreño indica que había más mística y vocación en la atención. Los profesionales debían hacer guardia durante una semana. Amanecerse al interior del establecimiento y encender el letrero rojo para indicar que esa noche se encontraba de turno. Un sistema que hoy ya no se utiliza.
¿Cómo elegían los turnos? Cada fin de año, los químicos farmacéuticos de la provincia se reunían y elaboraban el rol de turnos de cada farmacia en el siguiente año. Estos se daban por sorteo y duraban una semana. Dependiendo del número de farmacias por distrito, los establecimientos podían tener entre 15 y 18 semanas de turno al año.
El cronograma era enviado por el coordinador provincial al Colegio Químico Farmacéutico, a las prefecturas (comisarías), al Ministerio de Salud, y a los periódicos que solían publicar -cual listín cinematográfico- el lugar donde el público encontraría una farmacia abierta a cualquier hora del día. Si el establecimiento debía estar de turno pero no atendía era sancionado por el Ministerio de Salud.
Asimismo, el sistema implantaba un horario extraño a las farmacias. Parreño recuerda que atendían de 9 a.m. a 1 p.m. y de 3 p.m. a 8 p.m; solo las farmacias de turno atendían en horario corrido.
Además, por norma no se podía abrir una farmacia a no menos de 600 metros de otro establecimiento. Esto generaba otra regla: una farmacia por una cuadra. Parreño recuerda que esto lograba un trato muy personal entre los propietarios y la gente del barrio, a quienes solían dar más información sobre el medicamento que había recetado el médico.
EL NUEVO SISTEMA
A inicios de los 90 se empezó a acusar a las farmacias de barrio de cobrar el precio que querían por los medicamentos, pese a que estos eran regulados.
Las farmacias tenían un cuasi monopolio de la venta de medicamentos, por lo que el Gobierno de Fujimori consideró necesario generar una mayor competencia a estos establecimientos. Así, la liberalización también llegó a este sector y permitió que cualquier persona natural o jurídica abriera -si bien no una farmacia- una botica sin que la administrara un químico farmacéutico, prácticamente era una nueva denominación. De ese modo se dio paso a las cadenas de farmacias.
Hoy la ley aún exige que las farmacias sigan comandadas por un químico farmacéutico, pero sin que necesariamente sea el propietario del negocio.
Hasta 1998, 13,68% de la totalidad de farmacias y boticas era de cadenas; hoy representan más del 60% en un mercado que sigue creciendo. Según la Dirección General de Medicamentos (Digemid) hoy existen cerca de 22.000 establecimientos cuando en 1998 solo eran 11.314.
Muchos propietarios de farmacias tradicionales tuvieron que vender sus negocios a las grandes cadenas que tenían un mejor manejo de costos y un mayor poder para negociar descuentos antes los laboratorios. Otros no tuvieron esa oportunidad y ante el poderoso maretazo de la competencia solo les tocó apagar las luces y cerrar. El mercado a veces suele ser cruel. En este caso, resultó ser voraz y aterrador.