Desde Chile hasta Inglaterra, la desafección del ciudadano con los partidos y los políticos ha ido en aumento, mientras su asistencia a votar en elecciones ha disminuido
Desde Chile hasta Inglaterra, la desafección del ciudadano con los partidos y los políticos ha ido en aumento, mientras su asistencia a votar en elecciones ha disminuido
Carlos Ganoza

La década que acaba de terminar podría quedar registrada como la de un mundo en transiciones profundas, con la que eso genera para los siguientes diez años sobre cómo se resolverán.

La primera gran transición es política: el declive de los partidos políticos en el mundo. La data de diversos estudios muestra que en varias regiones del mundo la influencia de los partidos se ha reducido velozmente. Desde Chile hasta Inglaterra, la desafección del ciudadano con los partidos y los políticos ha ido en aumento, mientras su asistencia a votar en elecciones ha disminuido. La capacidad de los partidos para movilizar al ciudadano se está reduciendo.

En Chile, por ejemplo, el politólogo Juan Pablo Luna ha notado que, en las últimas elecciones, en el distrito más pobre del país solo votó el 20% de la población, y vincula eso con las protestas recientes. En Estados Unidos, en las últimas elecciones, Donald Trump ganó a pesar de haber obtenido menos votos que los candidatos republicanos de las dos elecciones anteriores. Esto va de la mano con una mayor desconfianza ante la forma en que los políticos conducen la democracia. Según el Pew Research Center, en los últimos años de la década el porcentaje de ciudadanos insatisfechos con la democracia en sus países aumentó en la mayoría de naciones en una muestra de 26 países, y solo disminuyó en tres.

La debilidad de los partidos puede abrir el paso al caudillismo populista, y hacia la segunda mitad de la década varios países dieron muestras de esto (empezando por el mismo Estados Unidos; luego por Brasil, Turquía, entre varios otros).

Además del debilitamiento institucional que esto significa, implica graves riesgos económicos.

Durante la década pasada, el mundo enfrentó las secuelas de la gran recesión y de cambios profundos en la economía global. Estados Unidos está sumido en un estancamiento secular cuya consecuencia principal es que requiere de tasas de interés extremadamente bajas para que su economía pueda funcionar, y esto a su vez ocasiona disfuncionalidades severas en el sistema financiero global. La productividad de la economía americana fue la más baja de las cinco décadas anteriores, y después de un rebote posrecesión, la inversión privada también decepcionó.

En general, en el mundo, la productividad laboral ha estado en declive durante la última década. La incapacidad de los gobiernos para emprender reformas que promuevan la productividad tiene mucho que ver con los problemas en el sistema político. Gobiernos sin legitimidad carecen del apoyo para emprender cambios.

Finalmente, el corolario de la década fue el creciente malestar por la desigualdad en el mundo. Los cambios tecnológicos que han fomentado la concentración de riqueza, el estancamiento de la productividad y la incapacidad de los gobiernos para reaccionar mejorando la provisión de bienes públicos y el acceso a oportunidades fueron un cóctel letal que empezó a generar efectos hacia el final del decenio.

En la década que empieza, estas transiciones y conflictos verán su desenlace.