Suspenden la votación del proyecto de ley que propone la eliminación del voto electrónico. (Foto: El Comercio)
Suspenden la votación del proyecto de ley que propone la eliminación del voto electrónico. (Foto: El Comercio)
Carlos Ganoza

Los países no fracasan por su economía. Fracasan por su . Si el sistema político funciona, una nación puede girar el timón, corregir problemas severos y enmendar el rumbo de su . Pero si el sistema político no funciona, el crecimiento económico no lo arregla. Los países que han tenido episodios de bonanza y alto crecimiento, pero con disfuncionalidad política, revirtieron luego a un desempeño económico mediocre, o en algunos casos, crisis severas. Brasil, Sudáfrica, Tailandia, Turquía, son solo algunos ejemplos recientes.

Por otro lado, países con un sistema político funcional lograron superar sus crisis económicas y retomar un rumbo de progreso. Israel superó la inflación y estancamiento de los ochenta para convertirse en un motor de innovación tecnológica. Los países del Sudeste Asiático después de la crisis de fines de los noventa lograron también recuperarse y seguir creciendo. Islandia fue el país más golpeado por el estallido de la burbuja inmobiliaria del 2007; sin embargo, logró recuperarse y lleva varios años de crecimiento robusto. En cambio, a los países con sistemas políticos débiles, una crisis económica los desestabiliza por completo y los hunde en crisis políticas. En la historia de América Latina, no ha sido nada inusual que las crisis cambiarias precedan a las crisis políticas.   



Como es evidente para el lector, el Perú está del lado de los países con una política desastrosa. Por eso, el país no puede darse el lujo de continuar con un sistema político tan inoperante. La mejor forma de mejorar la prosperidad de los peruanos a largo plazo es corrigiendo el sistema político. Esto pasa principalmente por dos elementos. Lo primero es incentivar la construcción de partidos políticos sólidos, de alcance nacional, con un claro interés de largo plazo, y libres de influencias ilícitas. Sin políticos que se jueguen una carrera de largo plazo, y sin partidos que quieran desarrollar marcas con recordación en el electorado, no hay incentivos al buen gobierno. Más bien, caemos siempre en manos de improvisados que velan solo por su interés inmediato y no tienen reparos en ponerse de espaldas al bien común. Lo segundo es mejorar la calidad de los mecanismos de rendición de cuentas de los políticos cuando ocupan un cargo público. Su comportamiento en el Estado debe estar mucho mejor fiscalizado por instituciones judiciales independientes, eficaces y confiables.  

Las consecuencias de no contar con estos dos elementos están elaboradas en el libro que coescribí con Andrea Stiglich, “El Perú está calato”. Pero la telenovela judicial-política que vivimos hoy es la mejor muestra.  

No he estudiado con detalle las propuestas de la Comisión Tuesta, así que no puedo opinar sobre la conveniencia de implementarlas tal cual. Pero sí buscan atender las deficiencias centrales de nuestro sistema político, por lo que creo que es urgente debatirlas con honestidad y lograr un consenso indispensable.