Castilla justificó sueldos de S/. 30 mil para ministros
Castilla justificó sueldos de S/. 30 mil para ministros
Redacción EC

AUGUSTO TOWNSEND K.  
Editor central de Economía & Negocios

Que yo recuerde, siempre se han oído críticas al excesivo poder del Ministerio de Economía y Finanzas. Las han proferido, por lo general, observadores zurdos frustrados al encontrar casi indefectiblemente representantes del “neoliberalismo” en dicha cartera, en gobiernos que candidatearon con programas de izquierda. Sus cuestionamientos no me parecen genuinos, pues presumo que no dirían nada si un ministro salido de otro molde utilizara ese mismo poder para poner en marcha la gran transformación o algo semejante, como en efecto parecen tolerar cuando opinan sobre Venezuela.

En la otra orilla están los empresarios, que no aparentan tener mayor incomodidad con el enorme poder del MEF, pues manejan sus negocios bajo la asunción de que el inquilino del jirón Junín será siempre un digno representante de la ortodoxia económica. No tienen, por cierto, ninguna garantía de que esto se mantenga así, más que la confianza en que los peruanos (y los gobiernos que elijamos) hayamos aprendido las lecciones del pasado y no se nos ocurra ahora experimentar peligrosamente con nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Mi opinión es que hemos sido afortunados de tener al mando del MEF, en líneas generales, una seguidilla de tecnócratas de excepcional nivel, que nos han asegurado una gestión macroeconómica superlativa para estándares locales. Hay que reconocerles a los últimos gobiernos –aunque hayan sido mediocres en tantos otros ámbitos– que eligieron relativamente bien a sus ministros de Economía.

Pero, a la vez, sigue sin convencerme el diseño institucional que sustenta la continuidad de esa ortodoxia económica. Nótese cómo décadas después de la liberalización de nuestra economía, esta mantiene –con altibajos– un desempeño robusto, mientras que nuestra política es –y permítanme aquí la dureza- un vergüenza. Es natural que el MEF tenga mayor importancia relativa (y, por tanto, poder) que otros ministerios, pero lo que no se justifica –y pienso que es, en última instancia, un riesgo para la sostenibilidad de nuestro progreso– es que el cargo de primer ministro en este país sea meramente decorativo.

Alguien tiene que asumir la responsabilidad política de convencer a la opinión pública de que existen reformas institucionales ineludibles que siguen pendientes. De que no podemos seguir sin partidos políticos mínimamente respetables. Y nuestros tecnócratas del MEF, valgan verdades, muy a pesar de cuán bien puedan manejar ese portafolio, no han querido comprarse este otro pleito.