(Foto: El Comercio)
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Los últimos cinco comunicados de , aquellos que acompañan las decisiones mensuales del directorio del , mostraron un cambio relevante que ha pasado desapercibido por la prensa y el mercado financiero. 

Al explicar los factores que se consideran para decidir sobre la tasa de referencia, los comunicados ahora mencionan las “medidas de tendencia inflacionaria” que vienen reduciéndose significativamente. Incluso el “Reporte de inflación trimestral” más reciente –la publicación de bandera del BCR (donde profundiza la comunicación)– presenta un análisis del tema.

Estas medidas tendenciales, básicamente, buscan estimar el componente permanente de la inflación, aislando los choques temporales tales como: los cambios en los precios de alimentos ocasionados por El Niño, el alza de las tarifas de agua que sucedió en agosto, la reducción del IGV en el 2011, y la depreciación de 30% del sol entre el 2012 y el 2015 que encareció los bienes importados (y algunos servicios dolarizados), pero que al implicar solo variaciones en precios relativos (de una sola vez) no tienen efectos permanentes en la inflación.

Ciertamente, los bancos centrales con metas de inflación, como el BCR, suelen mirar a través de la selva de choques temporales para intentar estabilizarla de manera permanente, y así evitar los efectos nocivos tanto de alzas como caídas bruscas y generalizadas en el nivel de precios, ambos fenómenos peligrosos. 

Algunos, de hecho –como los bancos de Australia, Nueva Zelanda y República Checa– llegaron a fijar sus metas de inflación en términos de un índice de precios subyacente (por definición un indicador de inflación tendencial que, comúnmente, excluye los precios más volátiles como alimentos, energía y tarifas reguladas/administradas).

Sin embargo, actualmente, todos estos bancos centrales tienen una meta fijada al índice de precios al consumidor (IPC), de la misma manera que el BCR, considerando que el IPC representa la canasta de bienes y servicios más representativa para medir el costo de vida. Y, más bien, utilizan las medidas de tendencia como señales de aquella inflación permanente que es la que, por lo menos en teoría, realmente les interesa estabilizar. Por supuesto, sin perder de vista los choques temporales (reflejados en el IPC) que de ser recurrentes, en el peor de los casos, podrían afectar la formación de expectativas, y así tener efectos más duraderos en la inflación.

Desde setiembre del 2017, el BCR está más alineado a esta práctica. Como se observa en las presentaciones (no los comunicados) asociadas a las reuniones mensuales, se pasó de monitorear dos medidas de inflación tendencial (IPC excluyendo alimentos y energía, y subyacente que también excluye servicios públicos y de transporte) a cinco (adicionando la media acotada, el percentil 63 y la reponderada).

Además, hubo un cambio inequívoco en las comunicaciones para enfatizarlas. La implicancia de fondo es que, en caso de seguir reduciéndose (dos de las cinco medidas están por debajo de la meta de 2%), las medidas de inflación tendencial –y no solo sorpresas negativas en el crecimiento económico– podrían gatillar una nueva reducción en la tasa de referencia.

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