“¡Los odiamos!” Así fue como Luo Ping, un alto funcionario de la Comisión Reguladora Bancaria de China, descargó su frustración ante EE.UU. en 2009. Él y otros en China creían que, a medida que la Reserva Federal de EE.UU. imprimía dinero para resucitar la demanda estadounidense, el valor de las vastas tenencias de bonos del Tesoro de EE.UU. de China se hundiría conjuntamente con el dólar.
“Una vez que comience la emisión de entre 1 a 2 billones de dólares... sabemos que el dólar se va a depreciar, por lo tanto los odiamos– pero no hay mucho que podamos hacer”, dijo Luo ante un público en Nueva York.
Estas frustraciones han sido catalizadores de grandes cambios. Los gobernantes autoritarios de 1,3 mil millones de personas sintieron la necesidad de reafirmar su control. Imbuidos de la amarga narrativa de un “siglo de humillación nacional”, sintieron que la posibilidad de que EE.UU. dilapidara la riqueza china era una indignidad difícil de soportar. En respuesta, Beijing decidió apresurar la promoción del renminbi como moneda global.
De esa manera los exportadores chinos podrían ganar en su propia moneda en lugar de dólares, permitiendo así que sus ingresos se inviertan en su país en lugar de reciclarlos en bonos del Tesoro de EE.UU., la única piscina de liquidez en dólares lo suficientemente grande y fuerte como para absorber importantes inversiones de las reservas de China (que se elevaron a US$3,95 billones para finales de marzo).
Por lo tanto, la génesis de la internacionalización del renminbi, que será un tema clave durante la visita al Reino Unido esta semana del primer ministro Li Keqiang, es indivisible de la aspiración china de labrar su propio camino en vez de integrarse a una Pax Americana en cuya creación no tuvo voz ni voto.
El esquema está mostrando signos de éxito. Las capitales financieras compiten por una tajada del mercado de rápido crecimiento en renminbi “offshore”. Londres planea apuntalar sus credenciales mediante la designación de China Construction Bank como banco de compensación para la moneda. Esto debería hacer que el comercio en renminbi sea más eficiente, más líquido y menos arriesgado. También podría atraer a empresas chinas interesadas en invertir en Europa, y hacer más fácil para que los inversores entren en los mercados de capitales de China.
El uso de renminbi como moneda mundial de pagos está creciendo rápidamente, aunque desde una base pequeña. En abril fue la séptima moneda más utilizada, con el 1,4 por ciento de las transferencias, un aumento desde el 0,6 por ciento registrado en enero de 2013, según Swift, la empresa de pagos internacionales. En EE.UU. la moneda también está ganando acólitos, con el valor de los pagos en renminbi entre EE.UU. y el resto del mundo aumentando 327 por ciento en abril, en comparación con el valor en abril de 2013.
A veces, la adopción del renminbi se interpreta como un desaire a EE.UU. Los políticos rusos han llamado a una “desdolarización” de su economía después de las sanciones impuestas por EE.UU. y la UE en respuesta a la anexión de Crimea de Ucrania por parte de Moscú.
Esas son las victorias fáciles. La creación de una moneda mundial genuina será mucho más difícil, chocando contra la paradoja central del surgimiento de China: su sistema político se basa en el control, mientras que la aceptación en el mercado libre global requiere liberalización.
Las instituciones que tienen renminbi tienen pocas opciones para invertirlos. China ha abierto solo pequeñas entradas para los inversionistas extranjeros en sus mercados nacionales de capital, promoviendo en su lugar un mercado de ultramar de capitales en renminbi, minúsculo en comparación con su contraparte en dólares estadounidenses.
Jonathan Anderson, economista de Emerging Advisors Group, estima que a mediados de 2013 el total de activos de los mercados de capital de libre acceso para los inversores internacionales en dólares valían US$55 billones; en euros, US$29 billones; en yenes, U$17 billones; y, en libras esterlinas, US$9 billones. El renminbi ofreció sólo US$250 mil millones. “Eso es aproximadamente el 0,1 por ciento del mercado global, poniendo el renminbi a la par con el peso filipino y sólo un poco más alto que el nuevo sol peruano”, escribió Anderson.
Por supuesto, Beijing podría abrir sus mercados de capitales, pero al hacerlo podría dejar a China a la merced de la salida de capitales que precipitó la crisis financiera asiática de finales de 1990. También requeriría la apertura de sus bancos de propiedad estatal, de los emisores de bonos de los gobiernos locales y de las empresas estatales al escrutinio de los inversores extranjeros.
De modo que el establecer una forma de control implicaría sacrificar otra: ganar un grado de libertad de la “zona del dólar” y por lo tanto de la influencia simultánea de la Fed, implicaría invitar la supervisión del capitalismo global, cuyas reglas se escribieron bajo la Pax Americana.