David Tuesta

El lector habrá rezado alguna vez, o al menos escuchado, la oración escrita por el teólogo, filósofo y politólogo, Reinhold Niebuhr hace ochenta años, que dice: Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia. Más allá de nuestras creencias religiosas, estas palabras recogen una profunda reflexión de nuestras acciones ante la impredecibilidad, incertidumbre y la propia fuerza que toma el destino. Estando próximos a la conmemoración de nuestro día patrio, esta oración puede servir como la base para un balance de las acciones y condiciones que tiene el gobierno de Dina Boluarte en torno a la serenidad de aceptar lo que su gestión no podrá cambiar; el valor para atreverse a hacer lo que está en sus manos; y, la sabiduría para discernir entre ambos caminos.

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Serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar…

La cada vez más precaria institucionalidad que vive el país se convierte quizá en el principal factor al que la presidenta Boluarte deberá dirigir sus oraciones pidiendo serenidad para aceptarlas, pues poco puede hacer, la verdad. Su gobierno hereda una década de deterioro ininterrumpido del contexto político que se ha visto exacerbado luego de catorce meses desastrosos del régimen de Castillo - del que ella formó parte como vicepresidenta y ministra- a lo que se le suma un nivel de aprobación que apenas llega al 20% según las encuestas.

Adicionalmente, el Ejecutivo no cuenta con ningún partido político que lo respalde orgánicamente desde el Congreso de la República, por lo que su viabilidad está hoy pendiendo de un equilibrio frágil con algunas bancadas o facciones de un Poder Legislativo que está aún más desprestigiado que el Ejecutivo, y que no tendrá empacho en dejar a la presidente a su suerte cuando el característicos oportunismo de los congresistas aflore a salto de liebre.

No se puede cambiar tampoco los fenómenos de la naturaleza como el del Niño y poco o nada se puede hacer para enfrentarlo con solvencia cuando se han perdido años valiosos sin brindar soluciones integrales al problema. El pobre avance registrado en este 2023 para la ejecución presupuestaria en las obras de prevención nos deja también poco margen para el milagro. Rezar para que el impacto del Niño sea bastante menor que el que anticipan los expertos se convierte, lamentablemente, en nuestra única esperanza.

… Valor para cambiar las cosas que puedo…

En un escenario de precariedad institucional de carácter secular, una conclusión será que mejor no se haga nada. No obstante, pensar en “flotar”, esperando que los tres años de gobierno pasen volando, cuando la aguas que recorren el país son tormentosas, revestiría un nivel supino de ingenuidad. La responsabilidad de gobernar en serio obliga a armarse de valor y seleccionar los espacios donde puede iniciar los cambios necesarios que nos puedan sacar del hoyo en que nos encontramos y nos dirija de nuevo al progreso.

Todo indica que el Perú crecerá poco o nada este 2023 y, con un Fenómeno del Niño en ciernes, es altamente probable que el 2024 sea también nefasto. Siete meses de gobierno con una actividad económica y expectativas empresariales en franco deterioro, debería convencerlo de que algo no va bien con las políticas y programas que han venido impulsando. Todo parte por entender que el problema que enfrenta el país data de varios años atrás y que se resume en una pérdida profunda de competitividad de la cual se escucha muy poco hablar a este gobierno. ¿Cómo no hablar y preocuparte de lo obvio? Hoy más que nunca se requiere poner este tema en la palestra y orientar acciones de política que convenzan a los actores económicos que este gobierno tiene por fin el valor de liderar este camino. El gobierno cuenta desde hace varios años con un Consejo Nacional de Competitividad y Formalización (CNCF) que tiene todos los instrumentos institucionales para empujar decididamente esta agenda en coordinación público-privada. El gobierno de Boluarte tiene en sus manos un arma potentísima que debería usarla con mayor intensidad.

Claro que una agenda de competitividad es ambiciosa, pues implica mover rocas inmensas que traban el buen quehacer político, el respeto a los contratos, la justicia, la eficiencia del Estado, el ambiente de negocios, el capital humano, la innovación, la descentralización entre otros. Sería imprudente intentar solucionar todo estos temas en el contexto actual, dado la magnitud de consensos que requieren desarrollarse. Pero si el gobierno se concentrara en trabajar áreas puntuales donde tiene mayor probabilidad de éxito, aprovechando las oportunidades que se le presenta, la cosa sería diferente. Por ejemplo, el gobierno no debería desaprovechar la creación reciente de la Autoridad Nacional de Infraestructura (ANIN) para hacer posible que los proyectos clave de infraestructura para el desarrollo del país, que hoy se encuentran en manos de la inoperancia e incapacidad de los gobiernos subnacionales, pasen a ser impulsados de manera más eficiente por este organismo desde ya. Un anuncio de 28 de Julio de las obras que ya están pasando en el corto plazo a ser impulsados bajo este esquema sería una mensaje potente para los actores económicos de que algo está cambiando.

Otro espacio donde también puede desarrollarse acciones concretas y factibles será en aquellos sectores donde se presentan compromisos de inversión neurálgicos por su capacidad de mover la economía, como es el caso de la minería. El sector cuenta con una cartera de proyectos de inversión factible de US$ 60 mil millones y que están a total disposición del país si es que se eliminaran todas las barreras (permisología, regulatorios, interpretaciones tributarias, entre otras) que hoy bloquean absurdamente su avance. Para ello se podría aprovechar de que el Ministerio de Economía y Finanzas cuenta con un Equipo Especializado de Seguimiento de la Inversión (ESSI) a la que debería darle mayor protagonismo y visibilidad con el fin de alinear las expectativas a sus avances y, al mismo tiempo, darle un mayor revestimiento y nivel institucional que le permita una interacción más cercana con sectores protagónicos para el desarrollo y rápido despegue de la economía como el minero. La interacción del ESSI con en el CNCF para alinear los efectos deseados de desarrollo de largo plazo con los impactos urgentes de corto plazo no se pueden desaprovechar.

… Sabiduría para reconocer la diferencia

¿Dónde se encuentra la diferencia entre lo que se puede cambiar y lo que no se puede? En las actuales circunstancias en las que se desenvuelve el gobierno, la línea que divide a ambas posiciones es difusa y delgada e inestable. Contar con esa sabiduría para identificar las ventanas de oportunidad que se presenta para tener la sabiduría de aceptar lo inevitable y tener el coraje para avanzar será vital.

Lo que sí sería imperdonable para el gobierno es quedarse paralizado entre el estar y el ir, pues terminaría dándole toda la razón a ese 80% de la población que no aprueba su gobierno y a aquellos que se manifiestan pidiendo su renuncia. El gobierno tiene una gran oportunidad este 28 de julio para mostrarle a los peruanos que tiene el valor para hacer cambios a pesar de todo lo que tiene en contra. Tendrá toda la atención para mostrar que puede salir de la vacuidad del discurso intrascendente que suele prometer millones a repartir, y en su lugar trasladar acciones concretas que demuestre que quiere mover al país hacia un objetivo de prosperidad que desde hace algún tiempo se nos muestra esquivo. La sabia oración de Niebuhr podría ayudarle a la presidenta Boluarte y a sus ministros a aclarar sus pensamientos en esta semana patriótica y a actuar en consecuencia.

David Tuesta Presidente del Consejo Privado de Competitividad