David Tuesta Cárdenas

Mientras escribo este artículo, la esperanza de vida promedio en el mundo se está incrementando en 4 horas por día, de acuerdo con recientes proyecciones hasta el 2050 publicada en la revista The Lancet en mayo de este año. Vivir más años es una buen reflejo del progreso en el mundo, pero este regalo de una vida más longeva tiene implicancias enormes.

Como sociedad significa que tendremos que adaptarnos a serios cambios demográficos. La probabilidad de vivir hasta los 100 años continúa incrementándose, mientras que en el mundo continuamos observando su avance con poca o nula reacción. La mayoría de países influenciados aun por poblaciones de edades medias, no terminan de hacer la conexión entre su “yo más joven”, con su “yo más viejo”.

Mientras tanto, si bien la esperanza de vida crece, lo que se llama ahora “esperanza de vida saludable” va más rezagada, y vemos, por ejemplo como los costos de la seguridad social, y los que pagamos de nuestro propio bolsillo, se incrementan hasta el cielo, ante mayores padecimientos de dolencias asociado a la avanza edad como las enfermedades cardiovasculares, osteoartritis, daños pulmonares, diabetes, cáncer y neurológicas.

Tampoco terminamos de entender que ante una sociedad que expande sus años, vamos a tener que recomponer las diferentes etapas del ciclo de vida. La parte inicial de este ciclo ya está cambiando impulsada por las propias fuerzas privadas: cada vez decidimos tener menos hijos; los que lo tienen han escogido también posponer cuando hacerlo; y, los procesos de ganancias de capital implican más años de educación.

Sin embargo, los mercados laborales no son lo suficientemente flexibles para adaptar las contrataciones a los diferentes niveles de productividad que tienen diferentes grupos etarios; lo que permitiría prolongar los años de trabajo y retirarse más tardíamente.

¿O es que pretendemos seguir con la visión obtusa de que debemos seguir retirándonos a nuestras casas a los 65 años, y que cada año de mayor esperanza de vida se pagará solo? Pero ojo, de nada servirá flexibilizar edades de retiro ni mercados laborales sin que sea atractivo productivamente contratar un trabajador de mayor edad.

Lo anterior no implica un trabajo dedicado exclusivamente a la productividad de la población senior. La longevidad es un proceso dinámico en el cual los jóvenes de hoy van a envejecer y vivirán más años de los que nos iremos yendo. Las políticas de ganancias de productividad deben ser expandidos en todo el proceso del ciclo de vida y para que ello se den los mercados deben de funcionar. No pueden estar amordazados bajo visiones caducas escudadas en derechos laborales que no se adaptan a los cambios de la realidad en que se vive.

Esto implica invertir en la salud y las habilidades de los jóvenes, los de mediana edad y los mayores que permita hacerlos productivos a todos por más tiempo y generar más bienestar en la sociedad. De esta manera también no habrá generación que se sienta mejor o peor tratada. La equidad intergeneracional es fundamental y esto se logra si todos experimentan similares ganancias de productividad.

Al mismo tiempo, se debe buscar que la esperanza de vida saludable converja más rápidamente con la esperanza de vida. Lo anterior implica un cambio completo de las políticas de salud que enfaticen la vida saludable y prevención. Los costos de salud y pensión siguen incrementándose en el mundo, y lo harán más mientras no modifiquemos las políticas tradicionales y parámetros actuales que llevan a simplemente ponerle más dinero a los mismos en perjuicio de invertir en las poblaciones más jóvenes que no verán con agrado que se les cobre más impuestos y contribuciones a la seguridad social y pensiones para financiar los costos de la población de mayor edad.

Desde la Edad de Piedra hasta civilizaciones antiguas como las de Roma y Grecia, la esperanza de vida no llegó a superar los 35 años, y fue recién hacia finales del siglo XIX que está se incrementó hasta los 45. Es decir, casi 12 mil años con apenas cambios; lo que contrasta con el incremento desde una esperanza de vida de 47 años en 1950 a los 85 años que tiene Japón.

La transformación que estamos viviendo hoy no se ha visto jamás, por lo que la receta para el futuro no puede ser la misma que el pasado. ¿Vamos rumbo a ser una sociedad inmortal? Borges en su novela “El inmortal”, nos describía lo que podía llegar a ser una vida interminable en la que la humanidad perdía el propósito de vivir. No sé si llegaremos a ser inmortales, pero, en la realidad contemporánea, una mayor esperanza de vida nos enfrenta a retos similares en cuanto a la búsqueda de sentido y sostenibilidad.

Lograr un equilibrio entre ahorro, trabajo, inversión y cuidado del capital humano es esencial para que la longevidad sea una bendición y no una carga. Es necesario un enfoque integral que combine prudencia financiera y un compromiso continuo con la salud y la productividad para enfrentar los desafíos de una sociedad más longeva.

David Tuesta Presidente del Consejo Privado de Competitividad

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