Diego Marrero

El mes pasado se generó gran ansiedad en el ámbito político y financiero en EE.UU. por las negociaciones en el Parlamento sobre extender el techo de deuda fiscal, lo cual significaría que el gobierno podría incrementar el gasto público por encima de la regla fiscal establecida mediante más deuda. Si la extensión no hubiera sido aprobada, el Gobierno no habría podido hacer frente a sus obligaciones, incluyendo el pago de su propia deuda, con consecuencias catastróficas. Por otro lado, si se aprobaba, significaba extender el problema y aumentar el ya complicado déficit fiscal. Luego de una accidentada votación, que decantó en la expulsión de un importante miembro del partido republicano, se aprobó una extensión más.

Las finanzas públicas de EE.UU. han sufrido un notable deterioro en los últimos años, en donde el déficit fiscal ha llegado a niveles preocupantes, y parece no tener una solución indemne. El golpe más fuerte viene por el gigantesco incremento del gasto público, destacando cuatro tipos: 1) gasto en pensiones y salud; 2) estímulos fiscales con relación al COVID-19 e impulsos económicos; 3) incremento en los gastos por intereses (producto de la acumulación de más deuda, y a un costo financiero más elevado ocasionado por la política de subida de tasas por parte de la FED); 4) gastos militares. Las perspectivas para el próximo año son más sombrías aún. El menor crecimiento económico esperado, producto de la política monetaria restrictiva, debería tener un impacto significativo en los ingresos fiscales: menores ingresos provenientes de la renta y ganancias de capital. A esto se le suma el aumento automático del gasto en subsidios por un mayor desempleo. Por el lado de los gastos militares, ya el gasto ha aumentado para las defensas fronterizas de Israel, Ucrania, Taiwán y Estados Unidos, gasto que podría subir exponencialmente en caso escalen los ya complicados conflictos en alguna de dichas zonas u otros más. El otro gran problema es cómo se financiará el déficit fiscal. Por un lado, el ritmo de emisión de bonos del Tesoro va a tener que aumentar, no solo para refinanciar la gran cantidad de bonos que vencen en el corto plazo, sino para poder financiar el abultado déficit fiscal. La tormenta perfecta se da en un contexto en que no hay muchos compradores marginales que puedan absorber esta mayor oferta de deuda. Uno de los principales compradores de bonos era la misma FED con su anterior programa de estímulo monetario, pero al estar la FED en un ciclo contractivo ya no tiene capacidad de seguir ampliando su balance para comprar más bonos. Es más, se encuentra reduciendo el balance que compró en la crisis del 2008 y en la pandemia. Adicionalmente, hay una tendencia de ciertos países de desdolarizar sus reservas internacionales, lo cual significa menos compras e incluso desinversiones en bonos de EE.UU., entre los que destaca el Gobierno Chino, que ha reducido notablemente la compra de bonos de EE.UU., en gran parte como respuesta a la guerra comercial entre ambos países. La complicada situación fiscal ha hecho que dos de las tres grandes clasificadoras de rátings globales (S&P y Fitch) hayan bajado la nota crediticia de EE.UU. Solo faltaría que Moody’s haga lo mismo y EE.UU. dejaría de tener la nota de AAA, perdiendo la categoría de la “deuda más segura”.

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