Este ha sido el año perfecto para desatar los “espíritus animales” de nuestras autoridades. Han estado desbocadas produciendo regulaciones que limitan la vida de los individuos y empresas. La pandemia ha justificado el mayor experimento de regulación de conductas del que tengamos recuerdo. Muchas restricciones han sido necesarias; otras no tanto.
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Se ha restringido la libertad individual hasta límites ni siquiera vistos en la época en que se enfrentaba al terrorismo. Nadie olvidará la imagen del buen Cachito conducido a la comisaría por pasear a su perro en las afueras de su casa, con una mujer implorando desde la ventana que no se lleven a su mascota (se especuló que era la esposa). Ni tampoco se olvidará cuando se estableció que la salida a la calle dependía del sexo de las personas (“lunes varones, martes mujeres”). Todo un experimento de reingeniería de roles sociales diseñada por un iluminado. Jugaron con nosotros como con ratas en un laboratorio para ver cómo nos comportábamos. Pasear al perro, hacer ejercicios en el parque, salir a comprar algo a la bodega o simplemente salir a trabajar fue sometido a un régimen de permisos. La libertad individual quedó en manos de un burócrata.
Pero también se restringió la libertad de empresas e individuos para ganarse la vida. De la noche a la mañana muchas empresas fueran forzadas a detener sus actividades productivas o comerciales. Nada podía hacerse sin una autorización. Ni siquiera se podían vender celulares o servicios de internet a quienes los necesitaban. Nos llenamos de permisos, protocolos y de “fases” para el reinicio de las actividades económicas. Así llegaron los médicos ocupacionales, las bandejitas con cloro en la entrada de oficinas (que de nada sirven), los fiscalizadores, las multas y, a veces, la coima.
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Este impulso animal una vez liberado no responde a razones. Era evidente que, si se exigía mucho a la gente y a las empresas, se iba a reducir el nivel de cumplimiento y la legitimidad de la regulación. La gente comenzó a salir a las calles violando las prohibiciones no por “inconciencia” sino por necesidad. Pese los dictados del sentido común, se optó por exigir mucho y que pocos cumplan, que exigir poco y que muchos cumplan. Los que cumplieron, se fregaron. Soportaron el peso de muchas regulaciones costosas y sin sentido.
El principal objetivo de una Constitución es proteger a los individuos de los “espíritus animales” de sus gobernantes. Este experimento ha demostrado que no existen suficientes “candados” para controlarlos. Si se piensa ajustar algo en la Constitución, sería bueno cambiar esto. Dejar estos impulsos libres tiene costos enormes para las libertades individuales. Este año les han dado con palo y muchas veces sin una buena razón que lo justifique.
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