Desde el 2014 hasta el 2021, el crecimiento del ingreso per cápita ajustado por inflación en el Perú ha sido tan sólo 0,9% por año, nivel bastante menor al 5,5% anual registrado durante la década anterior, entre el 2004 y 2013. A ese paso, en pocos años completaremos una década de relativo estancamiento económico. ¿Cómo perdimos nuestra capacidad de crecer? Considero que esta importante pregunta merece análisis y debate, ya que nos permite identificar las causas más allá de los síntomas. Como veremos, es difícil encontrar un solo culpable. Se trata más bien de una tormenta perfecta cargada de mala suerte y, más importante aún, malas políticas.
Debemos reconocer primero que, antes del 2004, nuestro país no resaltaba ni por su crecimiento ni por su estabilidad. De acuerdo con los registros históricos del Banco Central de Reserva, entre los años 1922 y 2003, el crecimiento del ingreso real per cápita fue apenas 1,5%; es decir, el ciudadano promedio debía esperar casi 50 años para que el poder adquisitivo de su ingreso se duplicara. Parte de este estancamiento es explicado por las crisis económicas que convulsionaban al país. Así, por ejemplo, entre los años 1922 y 2003, el ingreso per cápita se contrajo de un año a otro en 20 ocasiones. Esta inestabilidad alcanzó su cúspide entre los años 1975 y 1990, periodo durante el cual el ingreso per cápita acumuló una contracción de 30%.
Desde esa visión histórica, la década del 2004 al 2013 fue realmente extraordinaria. El soporte principal fue un ciclo igualmente extraordinario de altos precios de los minerales, cuyos efectos sobre la economía fueron amplificados por las reformas introducidas en la década de los 90. La suerte terminó cuando China entró en un doloroso y duradero proceso de desaceleración, hecho que causó el colapso de los precios de los minerales. Como huellas de esos gloriosos años de “vacas gordas” quedaron cuentas fiscales relativamente sólidas, menor incidencia de la pobreza y una clase media emergente.
Sin vientos externos a favor, era el momento para que las instituciones aceleraran las reformas pendientes. Lamentablemente, éstas nunca llegaron y lo bueno que se había logrado sirvió sólo de muro de contención frente a una avalancha de problemas tanto estructurales como coyunturales, incluida la pandemia. Michael Reid, en un reciente reporte especial para la revista The Economist, resume muy bien esta dinámica dentro del contexto latinoamericano. Según su diagnóstico, problemas como la inequidad, la disfuncionalidad del sector público, la corrupción, la fragmentación y polarización políticas, entre otros, se retroalimentan entre sí en un círculo vicioso que impide el consenso alrededor de las reformas necesarias. A juicio del periodista, la pandemia sólo ha exacerbado esa dinámica negativa.
¿Logrará el Perú recuperar el arte de crecer de manera sostenida? Es muy difícil saberlo. Claramente es urgente emprender una lucha frontal contra la corrupción e iniciar una carrera que fortalezca las instituciones, rompiendo algunas de las cadenas que atan al Perú al círculo vicioso en el que ha caído. Si esto no se logra, lo que nos depare el futuro será más cuestión de suerte que de decisión.