Si bien sabemos lo valioso que puede ser la difusión y discusión de ideas, algunos suelen considerarlas como ociosas e inútiles cuando se les compara con las acciones y es cierto. Muchas veces los mejores diagnósticos de nuestra realidad, las mejores teorías sobre cómo combatir los problemas de nuestro día a día y las iniciativas más creativas para implementar soluciones pueden nacer y morir en los foros donde se conciben.
Sin embargo, el rol de las ideas en el desarrollo de la sociedad es determinante. En “El poder de las ideas”, libro que colecciona sus ensayos, Isaiah Berlin lo explora a profundidad cuando habla, por ejemplo, sobre cómo los conceptos propuestos por Jean-Jacques Rousseau y John Locke hace cientos de años fueron fundamentales para la construcción de la democracia liberal como la conocemos y la vivimos. En este caso (y en muchos otros) la visión y la noción de una realidad futura son el motor de las acciones de los individuos y, por ende, el origen de los cambios que se dan en los países y en el mundo.
En ese sentido, la participación en la construcción y difusión de ideas es, en sí, un compromiso con conseguir los cambios que necesitamos, y el papel que puede jugar la sociedad civil y, en particular, las empresas, es importantísimo. Y es que cada persona y organización es experta en su realidad, especialista en el campo en el que se desenvuelve, y puede ofrecer perspectivas mucho más ricas sobre qué debe mejorarse y cómo. ¿Quién conoce mejor los desafíos del comercio internacional que una empresa exportadora o importadora? ¿Quién conoce mejor los retos y oportunidades del sector agrícola que un agricultor? ¿Quién conoce mejor la situación de la inclusión financiera que una compañía del sector financiero?
Para muchas empresas y empresarios existe la duda sobre cómo se puede participar en la construcción de un mejor país. Y es innegable que con el solo desarrollo de sus negocios el sector privado llega a aportar mucho, desde servicios necesarios para las personas hasta empleo. Pero siempre ha existido cierto reparo ante la posibilidad de meter las manos en el campo de las políticas públicas y en la promoción de reformas y medidas que mejoren la calidad de vida de los peruanos en general. El problema de retraerse es que muchas de las ideas y de la información que pueden aportarse se quedan entre las cuatro paredes de la empresa.
Así las cosas, la inversión en estudios y en la difusión de perspectivas expertas sobre distintas materias, vinculadas al negocio de las empresas, resulta un canal interesante para promover cambios y entender mejor nuestro entorno. Internacionalmente es una práctica común: EY, por ejemplo, elabora el Índice de Atractividad de Países para Energías Renovables; Deloitte tiene su Perspectiva Global de la Atención Sanitaria e IKEA tiene su reporte Vida en Casa, que evalúa el estado de las viviendas en el mundo.
Asimismo, existen actores en el sector privado, como los ‘think tanks’, dedicados a la producción de ideas, que deben ser apoyados. Por ejemplo, el Instituto Peruano de Economía (que ha cumplido 30 años), Videnza, Redes e IEP son organizaciones que difunden información sumamente importante y que encarnan una institucionalidad que hace falta en el país.
Por nuestro lado, desde Credicorp, hemos inaugurado el Banco de Ideas Credicorp que busca, desde las subsidiarias de la empresa, impulsar estudios e informes sobre inclusión financiera, informalidad, gestión de talento, seguridad ciudadana, prevención de riesgos y formalización de emprendedores en América Latina.
Tenemos que convencernos de la importancia de las ideas. Y las empresas tenemos una gran oportunidad para aportar a nuestro entorno construyéndolas, difundiéndolas y poniéndolas en práctica.