David Tuesta

En el actual contexto de alta inflación, los bancos centrales vienen retirando de manera acelerada los estímulos monetarios desplegados durante el período de pandemia. Sólo esta semana, la incrementó su tasa de referencia en 75 puntos básicos, la más alta desde 1994. Similares posiciones de ajustes se observan en el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra. En el plano emergente, las cosas no son diferentes, observándose subidas de varios puntos porcentuales. Sólo en el Perú, el , ha incrementado su tasa de referencia en más de 500 puntos básicos en un año, ubicándola en 5,50%.

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Es cierto que el salto inflacionario ha descansado en gran medida en el retorno a la “normalidad” post-COVID y en la elevadísima liquidez que inyectaron prácticamente todos los países para enfrentar la pandemia. No obstante, lo que más complica a los bancos centrales son los denominados factores de oferta detrás de la inflación y sus consecuencias colaterales. Los cuellos de botella de la Cadena Global de Valor (CGV), las malas cosechas de alimentos en el mundo, y el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania han disparado aún más los precios, con el efecto añadido de que, al mantenerse con alargada persistencia, altera las expectativas de los agentes sobre la inflación, donde creo que reside el mayor peligro.

En efecto, poco o nada puede hacer el Banco Central para detener la guerra de Ucrania, mejorar las cosechas agrícolas u obligar al gobierno chino a no aplicar su política de “Cero Covid”. Pero lo que sí intenta, dentro del gran poder que le otorga su independencia y credibilidad, es darle vuelta a la inercia dejada por la alta liquidez monetaria e intentar “domar” un animal curioso al que llamamos expectativas inflacionarias. Así, este poder que tiene el Banco Central si bien importante, tiene sus límites, como bien lo señalaba el título de un ensayo de los premios Nobel George Akerlof y Robert Shiller (*), que inspira esta columna.

De acuerdo con el Banco Central del Perú, más allá de que la inflación anualizada a mayo ya alcanzó el 8,1%, afectando el desánimo de millones de peruanos cuando van a los mercados y no les alcanza el dinero, la preocupación central desde el plano de la política monetaria está en el llamado “desanclaje”. Y esto no sólo en términos de la inflación alimentos y energía, que ya se disparó a 4,3%, sino el de expectativas de inflación a 12 meses que a mayo “volaba” hacia el 4,9%. Estando esta última alejándose cada vez más del rango-meta de inflación, la mirada del Banco Central está dirigido a influir sobre estas expectativas, dando señales de que sus acciones decididas van en consecuencia con el problema enfrentado. Si las expectativas se desbocan, el problema se agrava más pues la inflación será aún más difícil de domar.

La tarea de influir sobre las expectativas no es fácil en el contexto actual, de hecho el Banco Central de Reserva señala claramente los riesgos que pueden alterarla: incremento en los precios internacionales de los alimentos y combustibles debido a los problemas de producción y abastecimiento; persistencia de la inflación a nivel mundial y su posible impacto sobre las expectativas de inflación; un menor nivel de actividad local de no recuperarse la confianza empresarial y del consumidor; presiones al alza del tipo de cambio y mayor volatilidad en los mercados financieros. Y estos riesgos pueden jugar un partido aparte en búsqueda del objetivo de influir sobre las expectativas, sobre todo teniendo en cuenta que estas se mueven bajo los denominados “sesgos cognitivos”, lo que nos lleva pensar en la dinámica de la economía conductual sobre las mismas.

Daniel Kahneman y Amos Tversky, explicaron bastante bien los sesgos cognitivos que enfrentamos los seres humanos y que, sin duda, afectan hoy nuestra visión de lo que será la inflación a futuro. Pensemos por un momento en el llamado “sesgo de accesibilidad” referido a aquellos aspectos que están permanentemente en nuestro entorno y lo reforzamos. Piense usted, por ejemplo, lo que ha venido experimentando una persona que todos los días pasa al lado de la estación de gasolina y ve que los precios suben constantemente. Esto no sólo tiene que ver con la fría estadística que nos señala que la gasolina en seis meses ha subido en casi 88%, sino en que esta experiencia es visual y repetitiva cada vez que se transita por las calles.

Pensemos también en los “sesgos de confirmación”, es decir, el hecho de que mis creencias se confirman con eventos que vivo personalmente. Si las creencias son que los precios están subiendo de manera generalizada, basta confirmarlo con un par de experiencias personales en un mercado del barrio, conversarlo con un amigo, o escuchando mi radio preferida. Así puedo terminar construyendo una creencia: “la inflación no para y no parará”.

Podemos pensar también en los “sesgos de anclaje”, bajo el cual, por ejemplo, nuestras tomas de decisiones echan mano de refrentes inmediatos conocidos. Por ejemplo, desde hace 20 años veíamos a la inflación bajando y controlada y, gracias a ello, nuestra moneda, el sol, ha empezado a retomar su importancia como referente financiero para los agentes. Esto que no sucedía en los ochenta y noventa, ha ayudado al proceso de desdolarización. Hoy, en cambio, que la inflación retorna a niveles no vistos hace dos décadas, las personas podrían estar en la búsqueda de otra “ancla” referencial. ¿El dólar? Siendo aún muy pronto para decirlo, las probabilidades de que ello sea así son bajas. Pero si las expectativas se desbocan, ya no lo serán.

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Kahneman y Tversky hablaban de que los seres humanos tomamos decisiones bajo dos sistemas: el Sistema 1, el del pensamiento rápido, basado en la heurística, es decir nuestro empirismo; y, el Sistema 2, asentado en decisiones racionales elaboradas sistemáticamente. En un escenario de alta incertidumbre como el que vivimos, el Sistema 1 es el que prima en las complejidades de la formación actual de expectativas de inflación y esto es lo que hace que la labor de los bancos centrales sea cuesta arriba.

( *) “Why do central bankers have power over the economy (insofar as they do)?” Animal Spirits. Princeton. 2009

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