En el 2012, la percepción del estatus era de una franca mejoría para los estratos socioeconómicos en la base de la pirámide de ingresos, mientras que los estratos en el tope se sentían igual que hacía cinco años.  (Foto:  DANTE PIAGGIO D / EL COMERCIO)
En el 2012, la percepción del estatus era de una franca mejoría para los estratos socioeconómicos en la base de la pirámide de ingresos, mientras que los estratos en el tope se sentían igual que hacía cinco años. (Foto: DANTE PIAGGIO D / EL COMERCIO)
/ DANTE PIAGGIO
Roxana Barrantes Cáceres

Parafraseando a Los Prisioneros en “El baile de los que sobran”, siempre podemos pensar que nuestra reflexión sobre la crisis chilena arriesga no tener novedad alguna. Veamos si me equivoco.

Parto de la constatación de que en el Perú carecemos de datos longitudinales que nos permitan hacer estudios sólidos sobre movilidad social. Este tipo de datos brinda información del mismo hogar, o del mismo individuo, por períodos largos, permitiendo así recoger información de primera mano y estadísticamente representativa de los cambios que ocurren en una sociedad.

Nuestro Instituto Nacional de Estadística e Informática () nos ofrece unas cuantas bases de datos de estudios de cuatro años a lo más. Brilla como excepción el estudio liderado en el Perú por Grade del proyecto Niños del Milenio. Así, en el Perú contamos con escasísimas bases de datos sobre movilidad social.

Esto contrasta con Estados Unidos, que cuenta con estudios longitudinales sobre salud, ingresos, mercado laboral, etcétera; algunos de los cuales han recogido información por más de 40 años.

En el 2012, en el IEP nos aproximamos a la movilidad social a través de un estudio sobre percepciones, recogiendo datos representativos a nivel nacional. Junto con Jorge Morel y Edgar Ventura, pudimos constatar los grandes cambios en cuanto a acceso a servicios de salud pública o a educación.

Por ejemplo, más de la mitad de pequeños empresarios, agricultores, trabajadores independientes o trabajadores poco calificados no contaba con un seguro de salud. Un dato que me llamó muchísimo la atención, como indicador de los cambios sociales, o su ausencia, es dónde se atendían cuando eran niños y dónde lo hacían en el 2012 al enfrentar problemas de salud: se pasa de atenderse en casa a ser atendido en una posta, o de farmacia a hospital.

Otro dato importante que nos da una perspectiva de las diferencias en el país, así como de las expectativas para el largo plazo, es la percepción sobre el mejor seguro para la vejez: mientras más de la mitad de los encuestados en Lima Metropolitana y la costa consideraba que era la AFP o un seguro de pensiones, “mis ahorros” dominaba en la sierra sur y en la selva, y “mis hijos” dominaba en la sierra norte.

En el 2012, la percepción del estatus era de una franca mejoría para los estratos socioeconómicos en la base de la pirámide de ingresos, mientras que los estratos en el tope se sentían igual que hacía cinco años.

De otro lado, la mayoría en el país estaba totalmente de acuerdo con que las diferencias de ingresos entre ricos y pobres eran demasiado grandes y que esta desigualdad seguía existiendo porque beneficiaba a los poderosos. Pero, curiosamente, la mayoría estaba en desacuerdo con que para triunfar en la vida se debía venir de una familia con dinero.

¿Cómo estarán estas percepciones hoy?

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