"Nos toca a todos tomar consciencia del rol que tenemos en la recomposición de nuestro tejido social y familiar, entendiendo bien si seremos protagonistas o víctimas", señala María Julia Sáenz.
"Nos toca a todos tomar consciencia del rol que tenemos en la recomposición de nuestro tejido social y familiar, entendiendo bien si seremos protagonistas o víctimas", señala María Julia Sáenz.
María Julia Sáenz

En tiempos de encierro prolongado, alejados de quienes amamos y también de quienes aprendimos a respetar, me pregunto si realmente somos conscientes de lo que nos ha pasado. Y claro, como título de esta entrega, son tiempos en los que “de la abundancia del corazón hablará la boca”.

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Recorro las redes sociales y escucho diversos análisis, y solo veo una y otra vez la historia del “nuevo coronavirus”, cuya novedad se extinguió en marzo. Nos lo mencionan todos los días, a todas las horas y, sin embargo, no escarbamos un poco más adentro para comprender qué es, para qué vino, cuándo se irá (si es que acaso ello ocurra). Nos volvimos todos doctores expertos en medicamentos, hablamos todos de pruebas, describimos sus características, nos referimos a la tan ansiada vacuna -quizás inconscientemente buscando que nos devuelva a donde no regresaremos más- pero no nos preguntamos: ¿y yo? ¿dónde estoy? ¿qué me pasó?

Estamos en un momento refundacional. Como especie confrontada a su inmensa fragilidad, luego del despliegue centenario de nuestra soberbia, nos toca reconocer que no somos invencibles; y, lo que es mejor, que nos necesitamos.

Resulta particularmente importante hoy volver a nuestra esencia y a preguntarnos por qué estamos aquí, qué sentido le damos a nuestra existencia, qué legado queremos dejar. Preguntas a las que hoy volvemos, a veces conducidos por la confrontación de la muerte, tan cercana, tan presente. Irónico aceptar que es la única certeza que tenemos.

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¿Y por qué estas preguntas? O mejor, ¿para qué? Pues nos toca a todos tomar consciencia del rol que tenemos en la recomposición de nuestro tejido social y familiar, entendiendo bien si seremos protagonistas o víctimas. Y es particularmente imperativo que aquellos que tenemos la oportunidad de liderar a grupos de personas tomemos la iniciativa.

Bueno pues, yo, estoy aquí para servir. He tenido el privilegio de ejercer posiciones de liderazgo de diverso tipo y mientras más años me caen encima, más comprendo que no se puede liderar si no es desde el corazón. No inspiras a las personas si no perciben tu autenticidad y coherencia. Claro que te equivocas, el valor está en reconocerlo y aceptar que, en tu humanidad, tu vulnerabilidad -como lo he expresado- siempre puedes ser mejor.

Ahora bien, una reciente lectura me ha capturado la atención y ha ordenado mi pensamiento frente al ejercicio de liderazgo. Se trata de un libro de Raj Sisodia y Michael Gelb, “The Healing Organization”, en la que además de volver a los conceptos de Capitalismo Consciente, nos invita a conocer como es un Líder con Propósito, dentro de una empresa u organización.

Este líder tiene tres condiciones indispensables: Asume la responsabilidad moral de prevenir y combatir el sufrimiento (por ejemplo, no es tibio o neutral frente al abuso. Es un activista); reconoce que el primer grupo de interés que tiene es el de sus colaboradores; y define, comunica y vive su propósito.

Y aquí la humildad es clave.

Se reconoce finito y falible. No tiene todas las respuestas y pregunta con delicadeza. Es capaz de transformar sus propias experiencias de sufrimiento en aprendizaje. Y armoniza las cuatro energías arquetípicas del ser humano: Adultez, Balance de Masculino y Femenino; Celebración, y Pensamiento a largo plazo (decide al menos para 7 generaciones adelante). En todo este proceso siempre opera desde el amor. El sentido común es lo que nos señala que nuestro planeta es un único sistema, y es el amor -y no el miedo- el que debe estar en el centro de nuestra vida y nuestras empresas.

Esta reflexión termina con una casi plegaria. Si tenemos que escoger cuando ejercemos liderazgo, hagámoslo por una única fuerza, la del amor, que nos conecta y nos diferencia y nos devuelve a donde pertenecemos. A esa abundancia de la que he querido hablarles, la del corazón.