"Cuando ella gana más que él", por Lucy Kellaway
"Cuando ella gana más que él", por Lucy Kellaway
Redacción EC

LUCY KELLAWAY
Columnista de management del Financial Times

Cuando leí la semana pasada que Angela Ahrendts iba a recibir hasta US$68 millones de regalo de bienvenida por unirse a Apple, mi mente saltó inmediatamente a su esposo. Esta última incorporación a su vasta reserva de dinero seguramente debe catapultar a su esposo Gregg a la cima de la liga Mi-Mujer-Gana-Más-Que-Yo.

Es un verdadero logro. No tengo la menor idea si se llevan bien, pero han estado juntos por mucho tiempo. Se conocieron en la escuela y él abandonó su trabajo para irse con ella al Reino Unido cuando ella fue nombrada directora de Burberry; él parece haber dedicado los últimos ocho años a criar sus tres hijos, modernizar el hogar y tener la cena lista para ella cuando por fin llegaba cansada a casa en sus tacones de cinco pulgadas.

Me imagino que el verdadero genio de la Sra. Ahrendts yace menos en cómo convenció a la gente a comprar gabardinas de ₤22.000 con adornos de plumas de pavo real que en cómo convenció a Gregg a casarse con ella – y a quedarse con ella desde entonces.

Ya no es particularmente raro que las mujeres sean el principal sostén de la familia – en EE.UU. una cuarta parte de las esposas hoy día ganan más que sus esposos – pero lo que es aún más raro es que tales relaciones funcionen. Un libro publicado la semana pasada por el periodista Farnoosh Torabi reúne los datos que muestran cuán difícil es: las mujeres de altos ingresos tienen dificultad en encontrar marido, y cuando lo encuentran, él es cinco veces más propenso a ser infiel que otros maridos. La mujer probablemente se encargará de más de su cuota de las tareas domésticas; aunque en el caso extraordinario de que él comience a planchar y cocinar, es probable que termine sintiéndose tan emasculado que deje el sexo. De cualquier manera, el divorcio llama.

El libro, “Cuando ella gana más”, es una lectura deprimente que suena como un salto atrás a los años 1950. Sin embargo, presiento que su mensaje central no está totalmente equivocado.

Si pienso en muchas de mis amigas que han llegado a ganar más que sus maridos, un número sospechosamente grande ha terminado divorciándose. Una amiga se quejaba de que ya no sabía para qué servía su esposo, pues ni ganaba mucho dinero ni mostraba ningún deseo de ayudar en la casa. Poco sorprendente, la versión de los eventos según el esposo era diferente: ya que ella insistía en dominar tanto profesionalmente como en el hogar, él se había quedado sin hombría y sin papel que jugar.

Solo conozco dos parejas de amigos donde la mujer gana más y el matrimonio parece sólido. En uno no hay hijos, así que los dos pueden pasar todo el tiempo libre siendo agradables el uno con el otro. En el segundo, el hombre es tan capaz en la crianza de niños y la cocina y la mujer es tan inútil en la casa, que todo el mundo parece estar feliz.

Tengo que admitir que mis amigos son una muestra mínima y poco diversa, compuesta de cincuentones sobre privilegiados y sobre educados. Para obtener un cuadro más amplio, la semana pasada envié correos electrónicos a 500 periodistas del Financial Times cuyas edades iban desde los 20 a los 60 años pidiéndoles ejemplos de matrimonios en los cuales la mujer era el sostén principal. Las primeras respuestas no fueron alentadoras. Mi ex esposa ganaba más que yo, dijeron algunos. O mi ex esposo ganaba menos.

La mayoría de mis colegas, aun los más jóvenes, todavía están en relaciones en que el hombre gana más. Un joven colega ferozmente inteligente dice que su igualmente inteligente novia feminista le dijo que nunca se podría casar con un hombre que ganara menos que ella porque no le apetecía una vida dedicada al apuntalamiento de su ego.

Ella puede estar en lo cierto. Me parece que estos matrimonios solo funcionan cuando no se necesita apuntalar egos. Esto puede realizarse de dos maneras. La primera, a través de la personalidad.

Un colega dice que la costumbre que tiene su esposa de ganar mucho fue una bendición ya que él adora el dinero, pero es demasiado perezoso para ganárselo por su cuenta.

Lo más común es cuando el ego profesional del hombre no se mide en términos de dinero. Varios hombres en el FT tienen esposas que ganan una fortuna en la City of London, dándoles la libertad de ser periodistas mal pagados. Dentro del matrimonio existe el entendimiento de que su carrera importa tanto como – si no más que – la de ella. De la misma manera, algunas periodistas mantienen a hombres que son músicos o diseñadores, que aman lo que hacen, y (en los mejores casos) también les place llevar la delantera en la crianza de los hijos.

Los casos más interesantes son cuando los dos comenzaron juntos en la misma industria, pero con el pasar de los años la mujer se fue por encima del hombre. La mayoría de estos parecen terminar mal. Pero un periodista exitoso me explicó cómo pudo sobreponerse al problema de tener una esposa aún más exitosa. “Es el debate del economista francés Piketty, ¿no? ¿Qué importa más – la desigualdad o el nivel de vida general?” En el interés de este último, él se ha negado sabiamente a sentir resentimiento y en vez se declara muy orgulloso de su esposa.