El presidente Pedro Pablo Kuczynski cierra un infartante mes de diciembre haciendo un mea culpa de sus errores políticos y prometiendo reflexión y cambios para asegurar un mejor 2018 en ese frente.
Es un empeño saludable y necesario. Sin embargo, como hemos advertido en esta columna, la baja aprobación presidencial -y la del mandatario ya rompió el piso del 20%, según la última encuesta El Comercio-Ipsos- ha sido un mal endémico de nuestros últimos cuatro mandatarios, sin importar los muy disímiles perfiles políticos de cada uno de ellos. Es un frente en el que PPK realmente necesita actuar distinto. Su presidencia requiere a gritos comunicación memorable, negociación efectiva y confrontación oportuna, todos elementos ausentes en estos 18 meses.
Sin embargo, el estrenado enfoque del mandatario en la política no lo puede llevar a descuidar uno de los aspectos más deslucidos y, dadas las expectativas, decepcionantes de su gobierno: la gestión pública. Ni PPK ni sus sucesivos equipos ministeriales han logrado, hasta hoy, avances y reformas dignos de ser recordados en los libros de historia con la misma magnitud con la que, seguramente, figurará su frustrada vacancia.
Algunos indicadores duros evidencian la escasa eficacia de este Gobierno. Al cierre de esta columna, por ejemplo, la ejecución de la inversión pública total era de solo 60%, mientras la del Gobierno Nacional ascendía a 68,8%. Salvo un desembalse verdaderamente extraordinario de ejecuciones esta semana, quedaremos lejos de la prometida meta de 80% y, más bien, es probable que tengamos uno de los años más mediocres de los últimos tiempos en este ámbito.
La presión tributaria también está en niveles preocupantes y absolutamente lejanos de un país con aspiraciones OCDE o que busque universalizar la protección social como planteó la comisión de expertos nombrada por el MEF en la gestión de Alfredo Thorne. Los primeros cambios tributarios que propuso el Ejecutivo no fueron conscientes de esta realidad, el Congreso se sumó con entusiasmo a debilitar el marco tributario y la iniciativa más avezada del plan de gobierno de PPK -la reducción paulatina del IGV... ¡en tres puntos!- fue presurosamente condicionada a una meta de recaudación imposible de cumplir.
La agenda de competitividad también quedó postergada en estos 17 meses. El Consejo Nacional de Competitividad sumó palabras a su nombre y tareas a su encargo (también se le asignó la formalización), pero perdió peso en el debate de políticas públicas. En algo puede ayudar en este frente el regreso de las mesas ejecutivas, ahora comandadas por el MEF, a pesar de que, paradójicamente, esta herramienta fuera desdeñada por varios funcionarios del Gobierno, a quienes su relación con el Produce de los tiempos de Humala parecía importarles más que las evidencias de su efectividad para mejorar las condiciones en las que operan las empresas de diversos sectores.
Del gobierno anterior, PPK no solo heredó pasivos, sino también por lo menos algunos activos: la reforma educativa en marcha, el Midis y sus programas sociales, el plan de diversificación productiva, por citar los más conocidos. Hoy, todos los esfuerzos lucen estancados, encarpetados o en franco retroceso. Y, dicho sea de paso, tampoco fue posible corregir con pulcritud los pasivos recibidos del humalismo, como la refinería de Talara o el gasoducto del sur.
Es realmente difícil afirmar que, si PPK hubiese sido vacado, le habría dejado a su sucesor un país mejor que el que recibió. Ha tenido factores en contra (El Niño costero, Lava Jato, el ruido político), pero también vientos económicos externos sumamente favorables que no han sido aprovechados. A PPK se lo ha cuestionado con insistencia por rodearse de tecnócratas en lugar de buscar un mayor balance con los políticos. Pero también le ha fallado su capacidad para seleccionar a los tecnócratas que lo han acompañado. La lealtad mostrada en estos días de trance debe ser, por supuesto, un criterio para evaluar la continuidad de estos tecnócratas en los cargos que hoy ocupan. Pero de igual o mayor importancia debería ser si han demostrado estar a la altura de la responsabilidad de gestión encomendada.
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