Tras la natural complejidad que involucra el adecuado análisis del entorno macroeconómico, a nivel empresarial siempre es necesario hacer un esfuerzo para identificar variables o indicadores que, de manera simple y rápida, nos den señales acerca de su desempeño.
Sin embargo, para decisiones estratégicas más que los conocidos indicadores de coyuntura requerimos de aquellos que nos den una visión que trascienda el corto plazo. En una perspectiva de mediano plazo, hay dos indicadores económicos que no debemos perder de vista. De un lado, la evolución de los términos de intercambio y, de otro lado, los niveles de endeudamiento en las economías desarrolladas.
La dinámica de los términos de intercambio, por ejemplo, depende mucho de la evolución del precio internacional de los metales. Cuando estos nos favorecen, nuestra economía crece, ganamos reservas internacionales, disponemos de superávits en el frente fiscal y de comercio exterior, mejoramos índices de empleo, reducimos pobreza. Ahora bien, a diferencia de lo ocurrido en el período 2013-2015, los analistas internacionales no esperan para los próximos tres años deterioro o caídas en los precios de los commodities. Esa es una buena señal que nos permitiría concluir que las condiciones del entorno no serán desfavorables y que podríamos esperar un crecimiento promedio anual del PBI superior al 4% a mediano plazo.
La situación no será holgada como la originada con los rallies alcistas de los metales del 2007 al 2008 o del 2010 al 2011, pero tampoco generará un ambiente hostil al empresariado nacional. La política de impulso a la infraestructura anunciada por Trump para Estados Unidos, así como el leve crecimiento europeo y el crecimiento superior al 6% de China abonan a favor de este comportamiento, por lo menos para los dos o tres siguientes años.
El segundo indicador clave para el mediano plazo es el nivel de endeudamiento público observado en las economías desarrolladas. Este en Estados Unidos supera el 100% del PBI, lo mismo que en muchas economías de Europa y China. Un manejo fiscal poco responsable, la ausencia de organismos internacionales empoderados para impedir esto y la urgencia de salir del impacto de la crisis del 2008 explican estos niveles extremos. Cuando este segundo indicador muestra los niveles en extremo altos como los reseñados, solo quedan dos caminos a seguir. Si se acentúan dichos niveles de endeudamiento, se posterga un necesario ajuste y se crea artificialmente un estado de confort de corto plazo; si, en cambio, se retraen progresivamente se genera un entorno de racionalización y austeridad en el corto plazo con beneficios más allá del mediano plazo. Dada la situación actual, es posible que el primer camino sea el que experimentemos.
Es cierto que no existe un indicador mágico que nos resuelva el problema de la incertidumbre propia del entorno a mediano plazo, pero dejar de considerar un prudente seguimiento de indicadores como los reseñados, podría llevarnos a tomar decisiones inevitablemente erradas.
¿Qué pasará después del 2018 y 2019? Si viene un ajuste internacional similar al del 2008 y hemos avanzado en crear infraestructura mínima acompañada de adecuadas reformas estructurales, amortiguaremos significativamente su impacto. Si no lo hemos hecho, aunque nuestra vulnerabilidad será menor a la del promedio de Latinoamérica, habremos perdido tiempo y oportunidades. Como casi siempre.