Juan Pablo Noziglia

Todos los países apuntan a crecer económicamente de forma sostenida. Sin embargo, en las últimas décadas, el Perú, a pesar de su riqueza en recursos naturales y potencial humano, ha enfrentado obstáculos considerables para lograr un crecimiento robusto y sostenido. Por esto, en las siguientes líneas quisiera explorar los principales factores que creo están detrás de esta realidad y analizar posibles soluciones que puedan impulsar el desarrollo a largo plazo.

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Un factor importante para considerar es el hecho de que la economía peruana depende en gran medida de sectores vinculados con los precios internacionales, como la minería y la agricultura, lo que nos hace vulnerables a las fluctuaciones en los mismos. Esta circunstancia nos ha vuelto comodones y ha limitado la diversificación económica del Perú y expuesto al país a riesgos significativos. Hoy, por ejemplo, los conflictos sociales y la posibilidad de un fenómeno de El Niño global entre moderado y fuerte hacen más palpables los riesgos de esta dependencia en la inversión extranjera y en los sectores extractivos.

Para superar este obstáculo, la economía peruana tiene que diversificarse a través del fomento de sectores como el turismo y brindar productos con valor agregado. Ojalá podamos en unos años celebrar la invención del nuevo iPhone peruano, pero por mientras podemos aspirar a desarrollar una industria de maquila que al menos los ensamble. En ese sentido, también es importante que se invierta en investigación, así como promover la innovación y la creación de cadenas con valor agregado que nos permitan ir más allá de la exportación de materias primas.

El siguiente factor es evidente para todos: la falta de infraestructura clave, como carreteras, puertos y la vinculada a la producción de energía. Esto ha limitado nuestra competitividad y desarrollo, toda vez que hace difícil el transporte de bienes y personas, se encarecen los costos logísticos y se desincentiva la inversión en regiones apartadas de la capital.

El modelo peruano, copiado a lo largo de la región para el financiamiento de asociaciones público-privadas (APPs), ha perdido fuerza en los últimos años. En gran parte por los escándalos de corrupción, como el del Caso Lava Jato. Sin embargo, aunque este último mostró fallas en el modelo, descartarlo es un desatino, sobre todo por la manera en la que aporta el desarrollo de nuestra infraestructura.

En este terreno, estamos más cerca al África subsahariana que al Reino Unido o la Unión Europea, ejemplos que deberíamos procurar seguir. Por esto, la situación pide a gritos priorizar la inversión en infraestructura mediante las asociaciones público-privadas y por medio de programas de concesiones. Y, para eso, es necesario establecer un marco normativo claro y estable que atraiga inversiones y permita la implementación de estructuras modernas y eficientes.

Entre los factores principales también está la inestabilidad política y la corrupción endémica. La falta de continuidad en las políticas gubernamentales, por los cambios constantes e impredecibles en puestos clave (incluida la presidencia, desde el 2016), y los escándalos de corrupción han erosionado la confianza de los inversionistas y hecho difícil la llegada de capital extranjero. La percepción de un ambiente poco transparente y amigable para los negocios ha alejado oportunidades de inversión y limitado el desarrollo de proyectos a largo plazo. Si no tienes facilidades tributarias y/o burocráticas, ante costos similares, vas a elegir el país donde sea más amigable hacer negocios o donde no tengas el miedo de tener que cerrar tus puertas por protestas o desmanes.

Frente a esto, es vital que el Estado implemente políticas públicas sólidas y consistentes, fortalezca el sistema de justicia y aplique medidas efectivas contra la corrupción. Además, se requiere mayor transparencia y rendición de cuentas por parte de las autoridades si lo que se busca es recuperar la confianza de los inversionistas y fomentar un entorno propicio para los negocios. Se necesitan una visión y un plan de país ambiciosos, que sin importar el color político se pueda mirar a un mismo norte, incluso cuando pueda haber diferencias en definir cómo se llega a él, dependiendo del gobierno de turno. Un solo rumbo con pequeños sesgos, no golpes de timón que nos tambalean de un lado a otro, como personaje pasado de copas en el pasadizo de la casa.

Finalmente, el bajo nivel educativo en algunas regiones del Perú ha sido también un factor limitante. La falta de mano de obra capacitada en muchas áreas y las brechas en el cultivo de habilidades de distinto tipo han restringido el desarrollo de sectores productivos y tecnológicos. Sí, es cierto, somos un país ‘chambero’, pero, pese a eso, somos poco productivos, sobre todo en comparación con otras economías. El valor agregado de nuestro trabajo es aún muy bajo.

Para revertir esto, se tiene que invertir seriamente en la educación y en la infraestructura educativa. Se debe mejorar el acceso a la formación técnica y profesional, fomentar la capacitación continua de los trabajadores, así como el desarrollo de habilidades que tengan sentido con las demandas del mercado.

El Perú enfrenta grandes desafíos para lograr un crecimiento económico más sólido y sostenible. Si aspiramos a ir por la senda correcta, superar la inestabilidad política y la corrupción, diversificar la economía, mejorar la infraestructura y fortalecer el capital humano son aspectos cruciales para trabajar como peruanos. Un compromiso sostenido y medidas efectivas, tanto desde el sector público como privado, son necesarios para sentar las bases de un futuro más próspero para el país.

Con una visión a largo plazo y una acción decidida, podremos superar los obstáculos y aprovechar plenamente nuestro potencial como una economía emergente en la región.