Yuliño Anastacio

Hace apenas dos décadas que el Perú volvió a ser una democracia. Y desde entonces hemos crecido a una tasa promedio anual de 4,5%, más que cualquier otro país de tamaño mediano en . Este mismo país que ha recibido el calificativo de milagro económico por este sobresaliente desempeño macroeconómico en la región en los últimos seis años se ha caracterizado por tener seis presidentes de la República en seis años, una alta fragmentación de actores políticos, una disolución del , un intento fallido de golpe de Estado, dos renuncias presidenciales, una vacancia presidencial, una elevada desafección ciudadana con la política y la democracia, una creciente influencia del dinero ilícito en la economía y la política que superan los US$4 mil millones al año y una despiadada pobreza y desigualdad. Entonces, ¿a qué está predestinado este país que, además de todas estas características, en el último mes y medio ha acumulado más de 50 muertos en violentas protestas masivas? ¿Estará nuestro país condenado a ser un milagro o un desastre?

Antes de responder a esta pregunta, debemos admitir que, con estas características, ni el más reputado científico social, ni tener el mejor modelo de proyección nos salva de una dolorosa conclusión: el punto de partida no es el mejor para tratar de anticipar lo que vendrá.

Sin embargo, la profunda crisis política, económica y social que vivimos no solo ha desnudado nuestras debilidades, sino también nos ha permitido darnos cuenta de nuestros activos, esas fortalezas que nos hacen ver el futuro con optimismo. En primer lugar, hemos sido testigos de que, a pesar de todas sus falencias y juventud, nuestra democracia puede resistir incesantes choques políticos e intentos de golpes de Estado. Obviamente, eso no significa que la sigamos destruyendo para ver hasta dónde resiste.

En segundo lugar, que en los últimos años nuestra economía haya sobrevivido a pruebas muy ácidas y que haya sido capaz de crecer al menos 2% por año incluso con el peor gobierno desde la hiperinflación de los ochenta, nos hace notar que con una administración de desempeño regular fácilmente podríamos crecer 4%, y con un buen gobierno es hasta factible aspirar a crecer alrededor de 6% por año.

En tercer lugar, a diferencia de países de la región como Argentina, que tiene una inflación anual de 100% y múltiples tipos de cambio; Bolivia, que tiene un riesgo de colapso del tipo de cambio fijo; Ecuador, que no tiene acceso a los mercados internacionales de deuda; Brasil, que tiene riesgo de deuda pública insostenible, o Colombia sin grado de inversión y tasas de interés en torno de máximos históricos, ha quedado demostrado que la principal fortaleza del Perú es su estabilidad macroeconómica y preservarla es una tarea de todos.

En cuarto lugar, con estas crisis ha quedado evidenciado que, si seguimos manteniendo nuestros cimientos macroeconómicos, estamos condenados a crecer. Hoy el nivel de vida promedio de un peruano es casi tres veces mejor que en 1990, nuestros gobiernos municipales, regionales y central tienen 10 veces más recursos que en 1990, casi el 90% de los ingresos de nuestros hogares pobres dependen básicamente del crecimiento de nuestro PBI y la pobreza de nuestro país se ha reducido en casi 30 puntos porcentuales en las últimas dos décadas.

Está claro que nuestro país ha avanzado. Pero hay una enorme diferencia para los más pobres y la clase media que la economía peruana crezca, en promedio, al 2% o al 6% al año durante una década.

Si tenemos claro que el crecimiento lento o el crecimiento en un corto período solo trae beneficios limitados, no hay duda sobre lo que hay que hacer.

Hoy nuestro Perú es un resorte comprimido, donde sus precariedades son también un potencial para avanzar. Por ello, dado que los siguientes meses serán intensos y probablemente nos juguemos el rumbo y nuestro futuro de los próximos diez o veinte años, necesitamos como sociedad enfocarnos y priorizar nuestras fuerzas en al menos tres grandes tareas. Primero, hay que pacificar el país. Para ello necesitamos que la clase política y los actores sociales se comporten a la altura de la situación, es decir, que tiendan puentes y no azucen a la violencia para impulsar agendas políticas e ideológicas (adelanto de elecciones, asamblea constituyente, etc.) de otrora que no han funcionado en ningún país del planeta. Segundo, hay que dar la batalla de ideas para que prime la razón sobre el hígado y las falacias. Tercero, sobre la base de nuestras fortalezas, hay que construir en conjunto una visión de futuro y prosperidad compartida que estimule a todos y respete nuestras diferencias.

Sin lugar a duda, el 2023 será un año extremadamente desafiante para todos los peruanos; pero si preservamos las anclas que nos han permitido crecer, podremos mirar el futuro con optimismo y seguramente estaremos camino a ser un milagro.

Las opiniones vertidas son estrictamente personales.

Yuliño Anastacio CEO y founder de Govierna

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