El peruano es una persona laboriosa, lo que contrasta con el espíritu díscolo de nuestra clase política, que cree que la mejor manera de favorecer el bienestar del trabajador es regalarle días de asueto. En efecto, en el Perú se dedica más tiempo al trabajo que en la mayoría de los países de la región: un tercio de nuestra fuerza laboral ocupada trabaja no menos de 50 horas a la semana.
Esto no sólo es mayor a países como Chile, donde es un décimo, Colombia o Costa Rica (un quinto en ambos casos), sino también a aquellos más pobres que nosotros, como Bolivia (un quinto) o Venezuela (un vigésimo). Nuestra normativa laboral establece topes horarios y considerable compensación por trabajar horas extra, sin lograr para nada la moderación de estas cifras.
El pasado 16 y 17 de agosto se realizó el Congreso Anual de la Asociación Peruana de Economistas (APE). Año a año este evento permite la presentación de la investigación más reciente en tema de interés nacional a cargo de calificados profesionales.
Uno de estos estudios, que me tocó comentar, motiva hoy mi reflexión. El estudio se enfoca en los determinantes de la decisión de tomar un segundo empleo.
El porcentaje de trabajadores con segundo empleo en el Perú, 19%, es bastante alto para estándares internacionales: entre 4 y 5 veces el de Estados Unidos (alrededor de 5%) o la UE (4%), y 3 veces más alto que el de México (6,3%).
Su relación con el ciclo económico no es clara: la proporción de segundos empleos ha crecido tanto en periodos de expansión económica, como en la década del 2000 hasta inicios de la de 2010, como en el periodo de declinante creación de empleo de la segunda mitad de la última década.
Desde la perspectiva de nuestra regulación, la alta tasa de segundos empleos es paradójica, dada la preferencia por el contrato a tiempo completo por tiempo indefinido, que lleva a nuestros jurisconsultos a considerar los contratos laborales a plazo fijo como “atípicos”, cuando en la realidad es la forma más frecuente de contratación.
En efecto, las restricciones en nuestra legislación para el empleo a tiempo parcial, deberían desalentar tanto este último (lo que, en efecto, logran) como el segundo empleo. La solución a esta paradoja, como a muchas otras de nuestro mercado laboral, está en el rol del sector informal.
En efecto, 94% de los segundos empleos son informales y 83% de los trabajadores con más de un empleo tienen empleo principal informal.
Esto es, el mundo de los segundos empleos es el mundo de la informalidad. No debería sorprender, entonces, su ubicuidad en el Perú.
Una regulación menos encasillada en un tipo de empleo que al grueso de las empresas peruanas no les es posible ofrecer, dada su baja productividad, podría facilitar la creación de empleos formales más flexibles y contribuir a reducir la informalidad.