Durante los últimos años, los peruanos hemos venido enfrentando diversos desafíos: la pandemia por el COVID-19, un panorama externo desfavorable (por ejemplo, la guerra entre Rusia y Ucrania) y, ahora último, el ciclón Yaku. Si a esto le sumamos la enorme inestabilidad política que ha sufrido el país en este periodo (hemos tenido seis presidentes y tres congresos en los últimos seis años) y retrocesos en el manejo económico, no debe de sorprendernos que nuestra economía se haya visto golpeada.
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Ahora bien, empecemos dándole una mirada al comportamiento económico del país más allá de la situación coyuntural. Entre el 2016 y el 2022, el Perú creció un 3% en promedio al año.
Sin embargo, si vemos el crecimiento del país en los seis años anteriores (entre 2009 y 2015), el crecimiento promedio anual fue de 4,7%; es decir, estamos creciendo, en promedio, 1,7 puntos porcentuales menos cada año. Esto, por supuesto, significa menos empleo y más pobreza en el país.
Y si no nos esforzamos y enmendamos el rumbo, podemos empezar a ver tasas de crecimiento incluso menores en los siguientes años. Un buen termómetro para medir cómo va a venir la economía son las expectativas empresariales, muy ligadas a la inversión y la actividad económica.
Pues bien, desde fines de 2019, las expectativas de la economía a tres meses, medidas por el Banco Central de Reserva, se han encontrado mayormente en el rango pesimista, habiéndose deteriorado especialmente en los últimos dos años. Al respecto, un reciente estudio de Sánchez y Vasallo (2023) ha demostrado que los choques en las expectativas empresariales en el Perú representan el 65% de la variación en la inversión privada. Es más, un choque negativo en las expectativas, como los que venimos experimentando últimamente, son duraderos y difíciles de revertir: puede llegar a afectar a la inversión privada entre cinco a siete trimestres luego de este choque.
Si lo vemos en cifras, la inversión privada cerró el 2022 con una contracción del 0,5% y se espera un comportamiento semejante este año.
El sector minero sería el más perjudicado este 2023, con una contracción esperada de la inversión de 16,7%, debido principalmente a que no existen nuevos proyectos de gran magnitud de inversión minera (debemos preguntarnos por qué, a pesar de que los precios de los metales se mantienen altos, no logramos atraer la inversión). Así, recién en el 2024 se prevé recuperar gradualmente el ritmo de inversión general.
Semejante al comportamiento de las expectativas y la inversión, se viene moviendo el crecimiento reciente en nuestro país. De hecho, el Perú, que hasta hace algunos años era de los más “estudiosos del salón” con una de las tasas de crecimiento económico anual más altas de la región, ahora es de los rezagados (este último año fuimos los penúltimos, solo por detrás de Paraguay) (FMI, 2023).
El 2023 no lo hemos empezado de la mejor manera: el complejo panorama actual ha determinado que la proyección de crecimiento de este primer trimestre sea nula.
Además, algunas de las proyecciones de crecimiento para este año han sido rebajadas: BBVA Research pronostica un avance de solo 1,9%; mientras que el Banco Central de Reservas, 2,6%.
Y si bien es cierto que alrededor del 60% de los cambios en el PBI depende del sector externo, el cual no podemos controlar; el otro 40% sí lo podemos manejar, mejorando precisamente las expectativas y la inversión en el país (MEF, 2022).
Como es evidente, toda esta situación nos impacta en nuestro día a día. El empleo, por ejemplo, si bien ha tenido un ligero crecimiento respecto a la situación del 2019, se ha precarizado. Casi el 76% de los peruanos trabaja en la informalidad. Esta cifra es tres puntos porcentuales mayor de lo que se observaba antes de la pandemia. En el caso de los jóvenes, nueve de cada 10 trabaja en el sector informal y todavía faltan recuperar 164 mil puestos de trabajo en este grupo de edad para llegar a cifras previas al Covid-19. Peores condiciones laborales también significan menores ingresos y, con ello, un aumento de la pobreza. Así, uno de cada cuatro peruanos se encuentra por debajo de la línea de pobreza; cifras semejantes a las registradas en el 2012, lo que representa un retroceso de casi 10 años en la lucha contra este flagelo en el país.
Frente a estas cifras económicas, que como hemos mostrado tienen evidentes repercusiones negativas en la calidad de vida de los peruanos, nuestro reto es doble. En primer lugar, ser capaces de mejorar las expectativas empresariales y enrumbar, de esa manera, tanto la inversión como al crecimiento. Y al mismo tiempo debemos atender problemas fundamentales como la disminución de la inestabilidad política, la mejora de la capacidad estatal para brindar servicios públicos de calidad en todos los niveles de gobierno y retomar la reducción de la pobreza. Nuestra mirada debe estar puesta tanto en el siguiente paso, como en el camino sobre el horizonte; sin que las urgencias de la coyuntura nos hagan olvidar justamente lo importante y el largo plazo.