David Tuesta

Es bastante conocido el hecho que un trabajador en el Perú tiene “varias vidas”, las mismas que transcurren entre el trabajo formal asalariado, informal, trabajador independiente, desempleado o inactivo. En el Perú, estos diferentes estados en el mercado laboral tienen un sesgo muy marcado hacia el estado de informalidad. De hecho, de acuerdo con el BID, en el caso peruano, el 21% de los trabajadores que hoy se encuentran en la formalidad, lo dejaran de ser, con un sesgo importante de no retornar a esta condición. De hecho, la densidad de cotización promedio a los sistemas de pensiones -que sólo está hecho para los trabajadores en planilla- no supera el 50%. Todo esto está detrás del más de 70% de trabajadores informales que registró eI INEI el 2022.

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Tener un empleo de calidad en el Perú -que se suele equiparar al concepto de formalidad-implica contar con un contrato donde se establece el salario mensual, los beneficios y costos considerados por Ley, que suele incluir aguinaldos, gratificaciones, contribución a pensiones y salud, CTS, impuestos de Ley, entre otros. De acuerdo con el BID, todo esto representa cerca del 70% del salario promedio formal y más del 100% del salario informal, lo que coloca al Perú entre los países con mayor carga en la región. Estos trabajos de calidad, sin embargo, sólo pueden ser alcanzados por los trabajadores más productivos contratados por las pocas grandes empresas. El capital humano de estos trabajadores y su consecuente aporte compensa a las empresas las cargas en las que incurren al contratarlas. En cambio, las empresas de menor tamaño tienen serios problemas en asumir estas cargas, y, por tanto, brindar “empleos de calidad” o formal.

¿Las cargas laborales para ser formal son altas en el Perú? Sí, en tanto se tiene en cuenta que nuestra productividad laboral está en la cola la región, de acuerdo a The Conference Board, y que además ha ido en retroceso desde el 2011 según el Penn World Tables. Un dato adicional para el espanto, es el que nos muestra el Banco Mundial en el 2023, que señala que la productividad de las microempresas en el Perú, que emplean a cerca del 73% de todos los trabajadores, representa sólo el 6% de la productividad de las grandes empresas mientras que, por ejemplo, en Colombia esta cifra asciende a 41%. En otras palabras, en el Perú las empresas nacen pequeñas y mueren pequeñas.

Entonces, ¿se deduce de lo anterior que hay que reducir los costos de contratación? No hay una respuesta directa y única para todas las situaciones. Pero es necesario ser realista y entender que se tienen que diseñar condiciones adecuadas para que en la parte baja del mercado laboral, medido por productividad, se puede empezar a respirar mayor formalidad. En otras palabras, condiciones que generen los incentivos necesarios que hagan que valga la pena ser formal tanto por el lado de la oferta como por el lado de la demanda. Lo que derivaría en un círculo virtuoso que estimule a las empresas a crecer y no, como sucede ahora, a “enanizarse”.

Pero esto es sólo parte de la historia. También se requieren solucionar otros problemas inherentes en el mercado laboral, que tiene que ver con la baja inversión en capital humano. De acuerdo con el World Economic Forum, Perú ocupa el puesto 81 en el pilar de habilidades, entre los últimos de Latinoamérica, donde Argentina y Chile se encuentran en posiciones 31 y 47, respectivamente. Esto, en gran medida es consecuencia de la falta de alineación entre una oferta laboral que arrastra serios problemas socioeconómicos, llevando a que sólo el 34% de los egresados de educación secundaria luego puedan continuar con estudios superiores (Escale, 2022); y una demanda laboral formal que en más del 70% de los casos indican que tienen problemas en encontrar personal calificado (Apoyo Consultoría, 2023). Esta situación que ejemplifica un típico caso de falla de mercado requiere un rol del Estado que ayude a reducir los obstáculos que impiden que los peruanos puedan construir el necesario conocimiento que incremente su empleabilidad y acceso a condiciones de calidad.

Como se ve, son varias piezas que requieren encajarse para avanzar por la quimera del empleo formal. Todo esto requiere, sin duda, consensos que nos alejen de las discusiones vacuas pero dañinas, centradas en hacer más cara la contratación formal, como lo hacía la funesta Agenda 19 del gobierno de Castillo, sin hacer absolutamente nada en propiciar los incentivos de mercado necesarios para que trabajadores y pequeñas empresas aspiren a crecer, en todo el sentido de la palabra, de la mano de mayor capital humano y productividad.