Las recientes quiebras de entidades financieras en EE. UU. han puesto en el ojo de la tormenta al sistema bancario internacional y, en particular, a aquellas entidades con indicadores más vulnerables en materia de liquidez, gestión de riesgos, diversificación de financiamiento y solvencia.
El caso emblemático se centra en Silicon Valley Bank (SVB) y entidades con un perfil de riesgo similar. SVB fue conocido como el “banco de los innovadores y las start ups” y su crecimiento fue exponencial hasta 2021, convirtiéndose en el banco número 20 en EE. UU. Su actividad principal se centraba en otorgar créditos a estas entidades y mantener una cartera de inversión de renta fija de alta calidad crediticia de mediano plazo (bonos respaldados con hipotecas, bonos del Tesoro Americano, entre otros). De otro lado, su financiamiento se basaba en depósitos de estas mismas entidades. El problema surgió cuando, ante un incremento de tasas de interés, las start ups comenzaron a tener limitaciones en su crecimiento y prefirieron usar sus depósitos líquidos en lugar de pedir prestado a tasas altas. Para hacer frente a esta corrida bancaria, SVB se vio obligado a vender su cartera de inversiones (a precios por debajo de los de adquisición) y reconocer pérdidas (que no incurrirían si las mantuvieran a vencimiento). Esto terminó erosionando su capital, de tal forma que las acciones se desplomaron a niveles cercanos a cero. A la fecha, el fondo de seguro de depósitos de EE.UU. ha gestionado la venta de esta entidad (y otras similares) con incentivos generosos para limitar el efecto contagio y el nerviosismo de los depositantes.
¿Cuáles son las principales lecciones de esta experiencia en el frente internacional y local?
Un primer punto enfatiza la importancia de la gestión de calce de activos y pasivos de las entidades bancarias. En particular, resulta sorprendente cómo un banco de la magnitud de SVB no pudo administrar eficientemente los riesgos de tasa de interés ante una política monetaria contractiva y cuantificar el impacto nocivo en su patrimonio, a pesar de las advertencias de algunos inversionistas (como Blackrock) varios meses atrás.
Un segundo tema concierne a la necesidad de un mayor escrutinio de las entidades bancarias de tamaño mediano por parte de otros actores del mercado financiero (reguladores, principios contables, calificadoras de riesgo, entre otros). En particular, tras esta experiencia, quedan claros los beneficios de la contabilidad a precios de mercado, de manera de hacer transparentes los resultados financieros de las entidades. De otro lado, las pruebas de estrés, basadas en el impacto de escenarios adversos en el capital de la entidad, no resultaron ser suficientemente ácidas considerando la política de alzas de tasas de la Fed.
Una tercera arista se basa en la relevancia de la diversificación del fondeo de las instituciones bancarias y en la adecuada gestión de liquidez. De manera similar a un fondo mutuo, las entidades bancarias deben monitorear exhaustivamente la concentración de su financiamiento y mantener ratios de cobertura ad hoc, sobre-todo cuando dependen excesivamente de un fondeo institucional no garantizado por el fondo de seguro de depósitos.
A pesar de que las entidades bancarias se encuentran mejor capitalizadas respecto de la crisis subprime de EE. UU. del 2007, la experiencia reciente denota vacíos importantes en las prácticas de gestión de riesgos y en la regulación financiera. En esta coyuntura de nerviosismo, habrá un mayor escrutinio de las entidades bancarias y de sus falencias en estas materias.