La política peruana, al igual que la política en el resto del mundo, se encuentra en medio de una vorágine de hiperliderazgos, la manera o figura más personalista del poder. Ejemplos contemporáneos hay muchos, entre ellos Donald Trump y Vladimir Putin. Los hay de izquierda, de derecha, liberales y conservadores.
La evolución de estos personajes políticos, por lo general, va acompañada de un nulo aporte a la democracia, pues alimentan y se alimentan de las burbujas informativas y las peleas ‘twitteras’. Estos hiperlíderes construyen el poder de una forma antidemocrática, impulsando el “autobombo” y la autorreferencia. Son ellos y solo ellos los que tienen la fórmula mágica para resolver todo tipo de problema ciudadano. ¿Suena familiar?
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En el Perú, Castillo ha sido más una parodia de hiperlíder. Los ‘checks’ teóricos los cumple casi todos. Para nuestra buena suerte, su ambición y la de sus allegados lo sacaron de juego, dejando a las instituciones aún más débiles de lo que estaban antes de que asumiera la presidencia. Su excesiva emotividad respecto a los problemas del pueblo fueron bastante bien explotados desde antes de la segunda vuelta con el “no más pobres en un país de ricos”, y el ser el abandero del cambio constitucional hizo creer a una parte de la ciudadanía–como aún lo hacen algunos- que esta es la única alternativa de solución para nuestro país.
Con todo lo que nos ha pasado en los últimos 365 días, haríamos bien en dejar de simplificar mensajes, deseos y promesas, porque nuestros problemas no responden al misticismo o a la brujería, sino a malas decisiones humanas. Y así como no debemos caer en el simplismo, este momento que vivimos todos los peruanos -conflictivo, inestable y social- nos tiene que obligar a comprometernos a no repetir el pasado inmediato. Identificar a los hiperlíderes es tan importante como ser conscientes de su existencia sin minimizarlos ni subestimarlos.
Como lo dijo Gonzalo Banda en una columna publicada en El Comercio, “si queremos que la democracia peruana deje de sufrir infartos, deberíamos empezar por fomentar el respeto a la diferencia desde la coherencia política”. Así, aunque algunos resalten que las dictaduras en el Perú han sido más pacíficas que las democracias (pasando por alto que las dictaduras transgreden derechos y no son pacíficas en sí mismas), hasta que se celebren nuevas elecciones no podemos dejar de recordarnos que las discrepancias sí están permitidas, y que como país, no podemos permitirnos estar donde estamos hoy.