La semana pasada, la Reserva Federal (FED) llevó a cabo el primer recorte de su tasa de política monetaria en más de cuatro años, iniciando un proceso de reducciones para llevarla hacia un nivel más neutral, de mediano plazo, que estaría alrededor del 3,0%. El recorte estaba ampliamente descontado por los mercados, pero había discrepancia sobre la magnitud: 25 o 50 puntos básicos (pbs.). Como ya sabemos, la FED se decidió por la opción más agresiva (50 pbs.), señalando que se sentía más confiada sobre la continuidad del descenso de la inflación (actualmente en 2,5%) hacia su nivel objetivo de 2,0%. Además, Jerome Powell declaró que la FED haría todo lo posible por mantener un mercado laboral saludable. De esta forma, la institución monetaria está virando su atención desde el control de la inflación (objetivo prioritario que se percibe ahora como ya casi garantizado) hacia el rol estabilizador de la política monetaria para asegurar un ‘soft landing’ de la economía (un entorno de tasas de crecimiento sostenibles, sin presiones inflacionarias).
Los impactos inmediatos sobre los mercados financieros globales de este recorte de la tasa de la FED se explican por la parte no anticipada de esta decisión. Los precios de hoy de los activos y monedas incorporan toda la información disponible en un momento dado: datos pasados, información reciente, anuncios de política económica, previsiones sobre distintas variables (económicas, financieras, tensiones geopolíticas), etc. Y si bien los mercados esperaban, mayoritariamente que la FED recorte 50 pbs. su tasa de política monetaria, una parte no menor anticipaba una reducción más moderada. Lo último implica que una parte del mercado está en un proceso de realineamiento de sus expectativas hacia una FED que flexibiliza su política monetaria más rápido y, por lo tanto, tomando decisiones y re-balanceando sus portafolios de manera consistente con ese nuevo entorno esperado.
En general, el escenario más ‘dovish’ que ha confirmado la FED debería inducir un dólar menos fuerte, algo más de descenso de las tasas de interés en dólares de corto plazo y de los rendimientos de los bonos del Tesoro norteamericano, condiciones financieras menos ajustadas para las economías emergentes y más soporte para los precios de los ‘commodities’ (cuyas cotizaciones correlacionan negativamente con las tasas en dólares).
Localmente, esto configura un escenario externo más favorable. En ausencia de otro tipo de choques (como una elevación de las tensiones geopolíticas en Medio Oriente), cabe anticipar: (i) presiones cambiarias más contenidas, (ii) influjos de capitales para inversiones en cartera (por un ‘carry’ más atractivo), (iii) tasas de interés para la deuda soberana algo menos tensionadas (estas tasas son referentes para los créditos locales de mediano plazo como los hipotecarios), (iv) precios de exportación que podrían mantenerse en los niveles máximos históricos que actualmente se vienen registrando, y (v) una mejora de la recaudación fiscal.
¿Podremos aprovechar estas mejores condiciones externas para impulsar un mejor resultado económico? Para esto, se requiere un entorno de mayor estabilidad política, detener el deterioro de nuestras fortalezas macro (por iniciativas populistas) y asegurar políticas económicas funcionales con el crecimiento y el bienestar social. Caso contrario, será un despropósito no tomar las oportunidades que se generan con un escenario externo más favorable.