Este año - otra vez - tuve la necesidad imperiosa, desesperada, de clamar al cielo por un milagro. Un familiar de los más queridos cayó víctima de una bacteria muy agresiva y los pronósticos que nos daban eran desgarradores. Muy difícil que sobreviviera, casi imposible que despertara. Quienes han vivido situaciones similares comprenden la desesperación, la angustia, el miedo y la desolación que se siente.
Esta semana viéndolo encima de un escenario haciendo una presentación a más de 300 personas en un tema de su especialidad, sentí la inmensa felicidad y sensación de protección que dan los milagros. No paro de agradecer a tantos que por él rezaron y pidieron por su curación. A tantos que con fe nos acompañaron en esos momentos. Y a Dios, por supuesto, por el inmenso milagro que nos hizo. Creo en milagros y este fue uno de ellos.
Ayudando a personas a encontrar sus siguientes actividades profesionales, en muchas ocasiones hemos hablado del tema de la fe con personas de todo nivel. Y siempre es interesante ver la cara de sorpresa que muchos ponen cuando les sugiero que le pidan a Dios que los ayude. “¿A Dios?, - me dicen con gran sorpresa -, ¿qué tiene que ver Dios con conseguir trabajo o con que mi negocio pegue? Hace años que no rezo y siempre me fue bien y ahora, ¿me voy a acercar solo porque ahora lo necesito?” “Sí” es siempre mi respuesta. Es justamente ahora el mejor momento para tener fe”, agrego. Y saben, suena increíble, pero siempre funciona. Allí están las cifras que lo confirman.
¿Por qué les cuento esto ahora? Hace pocos días en las noticias escuché a un líder de la región latinoamericana decir que la violencia y la corrupción en un país se pueden superar si desde la cabeza hay seria voluntad para hacerlo. Y si los líderes y autoridades principales son correctos y están alineados para derrotar esos flagelos que tanta miseria física y moral causan, esto se puede lograr en relativamente poco tiempo. Así lo hizo ese país muy rápido y con los extraordinarios resultados que el mundo entero admira.
Y allí fue donde pedir milagros se me vino a la mente. Necesitamos que el Perú este liderado por profesionales capaces, íntegros, y con genuino amor por el país y su desarrollo, decididos a sacar al país adelante y llevarnos a la prosperidad que tanto ansiamos. Para que eso suceda tendríamos todos que pedir uno o varios milagros. Y lo digo en serio y con respeto.
No pretendo ser experta en dogmas de fe, ni discutir cual fe es la verdadera. Escribo con la humildad de quien vive con fe, pide y recibe mucho de Dios y que siente que sin ayuda milagrosa el Perú la tiene hoy muy complicada. Quizá si los peruanos pidiéramos al cielo – cada uno en su propio entender de lo divino – poder escoger líderes auténticos, íntegros, capaces y valientes, podríamos ser la nación prospera y orgullosa que soñamos. Pidiendo milagros por el Perú pudiéramos ser el país al que nuestros hijos quisieran volver para ofrecerles oportunidades, seguridad, bienestar y alegría.
¡Lo necesitamos en verdad!