“Me miran atentos, pero nadie asiente con la cabeza, están inmóviles, impasibles, sin reacción”, me dijo muy nervioso en el intermedio un famoso expositor al que habíamos invitado a hacer una charla en el país. “Siento que no estoy llegando al público, ya no sé qué hacer”. Le expliqué que los peruanos en general no asentimos, que no espere ese reconocimiento gesticular tan común en otras culturas –es más, me arrepentí en el acto de no habérselo dicho antes para ahorrarle el mal rato–.
Y sí, el público estaba encantado con su charla y los comentarios que estaba recibiendo de asistentes así lo confirmaban. Lo he constatado muchas veces luego con distintos expositores. Y es curioso, ya que siendo los peruanos personas tan cálidas y amistosas, seamos también bastante tacaños para dar reconocimiento a los demás. No solo me refiero a gestos de aprobación cuando otro habla, sino a reconocer a los demás, felicitar el trabajo de otros con frecuencia, verbalizar el valor de sus contribuciones y agradecer lo aportado. En resumen, valorar a los demás expresa y conscientemente.
Es común también que las personas que felicitan a otros lo hagan en privado o a solas, como si expresar reconocimiento delante de otros los hiciera quedar mal. En verdad no entiendo bien la razón de ese temor cultural a reconocer públicamente a los demás. ¿Serán celos, pequeñeces de alma o inseguridades eso que hace que se les atraquen en la garganta las palabras generosas que validan a los demás?
Quizá les suene exagerado, pero veo las consecuencias en las organizaciones: la data sugiere que dos de cada tres trabajadores no se sienten validados por sus jefes. Es más, la falta de reconocimiento es la razón principal por la que los talentos renuncian, aunque digan luego que se van por más dinero o mejores oportunidades. Y es que la falta de reconocimiento es dolorosa, es percibida como injusta y genera mala actitud: el más profundo deseo humano es el de ser considerado importante para otros, ser aceptado y aprobado.
Recibir reconocimiento ayuda mucho a los miembros de nuestro equipo a sentir que la organización los valora a ellos, a sus contribuciones y su trabajo. Una encuesta de Gallup explica que cuando el reconocimiento es dado de una manera significativa para la persona, los colaboradores se sienten hasta cinco veces más conectados con la cultura de la organización y están hasta cuatro veces más comprometidos con su lugar de trabajo.
Nada estimula más que el reconocimiento bien dado. Es más, nos llena el alma, mejora nuestra visión sobre nosotros mismos, contribuye a desarrollar y liberar nuestro potencial, nos anima a ser mejores y a esforzarnos más. Nos impulsa hacia nuevas metas que luego nos descubrimos capaces de alcanzar.
Todos hemos visto florecer a varias personas gracias al reconocimiento honesto, sincero y oportuno. Tanto así que muchas veces me pregunto, ¿por qué no se lo damos más frecuentemente a quienes sabemos se esfuerzan y trabajan con dedicación? Haría una gran diferencia para ellos.