Álvaro Correa

¿Qué debería suceder primero: educar e informar a la población para que tomen mejores decisiones y así elegir a gobernantes capaces y honestos; o que los gobernantes de turno –con las falencias que les conocemos– se preocupen por la salud, la educación, la infraestructura, la gobernanza y otras prioridades básicas para que la población salga adelante?

En mi opinión, esperar a que ocurra lo primero es utópico. A lo largo de la historia, han sido los líderes quienes han definido el destino de los pueblos y las naciones. En los inicios de la civilización, esta confianza se depositaba en líderes espirituales, de juicio incuestionable, o líderes guerreros, que ejercían el poder mediante la fuerza.

En épocas más recientes, no pocas naciones han pasado por procesos autoritarios, y quienes ejercieron el poder a veces lograron sentar las bases para la viabilidad de un país, aunque a un costo considerable. Otros países encontraron su ruta hacia el progreso bajo la guía de líderes con visión, sensibilidad, energía y capacidad para formar buenos equipos de liderazgo que compartían ciertos principios y valores. Todos tenían un propósito: un futuro mejor para sus pueblos.

Al observar el rumbo actual de nuestro país, parece que no tenemos nada de lo anterior. ¿Pero qué podemos hacer desde nuestro rol de líderes?

Sin duda alguna, debemos promover y apoyar opciones políticas razonables que fomenten acciones pensando en el bien común.

Sin embargo, mientras esto ocurre no podemos quedarnos como simples espectadores. Es nuestra obligación exigir un mínimo de sensatez y sentido del deber a los líderes y principales actores políticos, tanto como a quienes administran la justicia. Estos son quienes, ya sean elegidos o nombrados, asumen la gran responsabilidad de conducir los destinos del país. Lamentablemente, muchos se esconden en la multitud, en la desidia y desesperanza colectivas, sin importarles demasiado las consecuencias de sus acciones.

La evidencia es clara. Está presente en el nombramiento automático de docentes sin calificaciones, asegurando con ello que tendremos una o más generaciones perdidas; está allí cuando permiten que delincuentes convictos y confesos postulen a cargos públicos; cuando legislan para facilitar el crecimiento de la ilegalidad; cuando desperdician oportunidades para generar inversión que traiga bienestar; cuando deciden despilfarrar el dinero público para perpetuar empresas estatales fallidas; cuando imparten y reparten justicia favoreciendo intereses particulares; cuando aplican las reglas arbitrariamente en los municipios que dirigen; cuando buscan votos generando beneficios pasajeros a algunos y privilegios permanentes a otros; y cuando permiten que el dinero sucio, e impiden que el limpio, financie la política.

En definitiva, este liderazgo destructivo, sin propósito, está presente cuando no aprovechan la oportunidad histórica para definir reglas de juego que faciliten que el país de mañana sea mejor que el de hoy. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos exigir sensatez, sensibilidad y patriotismo a quienes dirigen y gobiernan, ya sea una alcaldesa, un congresista, una líder política influyente, una jueza suprema, un gobernador o una presidenta.

Álvaro Correa CEO de Alicorp

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