Cuando me preguntan qué significa tener un buen trabajo, siempre respondo que eso depende de muchos factores, ya que cada uno es una aventura muy personal, tremendamente influida por nuestra actitud. Y es también una experiencia muy cambiante en el tiempo, según evolucionan nuestras expectativas, situaciones de vida y visión de futuro.
Pero, si pudiera hacer una lista con algunas de las características básicas de lo que podría constituir un buen trabajo, quizá incluiría algunas como las que siguen, reconociendo de antemano que el trabajo perfecto no existe y que uno saca de cada oportunidad laboral tanto como decide invertir en ella.
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Un buen trabajo es, creo yo, aquel adonde vamos a trabajar contentos, donde nos gusta el ambiente y donde nos sentimos cómodos con las personas que laboramos con frecuencia –colaboradores, clientes, jefes, proveedores–. Donde cada interacción es, por lo general, positiva y agradable; y encontramos personas que nos ayudan a sacar lo mejor de nosotros, pero que no nos condenan por errores, fracasos, fallas u olvidos, si las enmendamos pronto y nos disculpamos a tiempo y de corazón.
Un buen trabajo es también donde hacemos cosas que nos gustan –ojalá que nos apasionan– y para las cuales tenemos algún nivel de talento natural. Donde nos sentimos intelectualmente estimulados, inspirados, retados y sentimos que aprendemos y crecemos, aunque a veces los problemas sean difíciles de resolver o haya mucho –incluso demasiado– trabajo que hacer. Y si esos retos nos permiten recorrer nuevos territorios mentales o vivir experiencias no anticipadas, inesperadas o incluso sorprendentes, fuera de nuestra zona de confort, sentimos que tenemos un buen trabajo.
Igual nos sentimos si recibimos –y damos– reconocimiento generoso, frecuente y merecido, y si sentimos que nuestros aportes e ideas son valorados y apreciados y tienen algún nivel de impacto real en la creación de resultados, de logros claves, de causas de valor o que dejan un legado trascendente. Y, sobre todo, si encajamos bien con los valores, sabiendo que hay coherencia ética en los líderes y en la organización no se engaña ni corrompe a nadie.
Un buen trabajo es también aquel donde siempre nos tratan con respeto y respetamos nosotros a los demás. Donde la cultura es auténticamente amable con todos sin distingos de cargo, nivel o posición. Donde no hay hostilidad contra nadie y donde no se tolera el maltrato, la ofensa, la discriminación o la falta de profesionalismo por ninguna razón, circunstancia o excusa. Donde claramente no se aceptan ni promueven chismes, ni hay privilegios o ventajas para los ‘preferidos’.
Un buen trabajo es por supuesto también aquel donde nos sentimos bien compensados en lo económico y tenemos proyección de crecimiento, donde la remuneración relativa es justa con el mercado laboral, con lo que ganan los demás, con la realidad económica de la organización y, sobre todo, con nuestra contribución y esfuerzo individual.
En un buen trabajo, contentos y con buena actitud, podemos aspirar a brillar y soñar con un futuro mejor.
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