Desde chico, crecí en medio de un sesgo constante sobre los roles que debían asumir los hombres y las mujeres en la sociedad. Recuerdo que, al terminar la escuela, cuando cada uno elegía su camino profesional, se nos remarcaba que existían carreras para “hombres” y otras para “mujeres”. Un concepto, sin duda, equivocado.
La misma situación de la escuela, la viví ya estando en la universidad, donde se repetía el mismo discurso de mi infancia, pero ahora con evidencias palpables en cada salón de clase. El prejuicio era la norma, y solo bastaba un paseo por las facultades de ingeniería para ver la escasez de mujeres en las aulas, y naturalmente no por falta de talento, si no por los sesgos que se habían generado generación tras generación, direccionando generalmente a las mujeres a desarrollarse en áreas consideradas “blandas”, las cuales se decía eran “más afines a su género”.
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El mundo laboral era igual de sesgado y selectivo con las oportunidades que brindaba a las mujeres profesionales en busca de empleo. Era común escuchar argumentos como “es mejor que este puesto sea ocupado por un hombre”, “acá preferimos trabajar más con hombres” o “si contratas a una mujer, más adelante puede salir embarazada y se ausentará un largo período”. Este escenario se replicaba en todos los niveles y jerarquías. Incluso, el prejuicio era más agudo a nivel ejecutivo, cuando los directorios y las gerencias solían ser clubes exclusivos de hombres.
Si bien, durante los últimos años he podido evidenciar que en el mundo laboral existe una mayor preocupación por la igualdad de género, soy consciente de la enorme brecha que aún existe en nuestro país, en el cual podemos evidenciar algunos avances, pero estos aún son demasiado lentos, tanto en el escenario educativo como en el profesional.
Este problema no es solo del Perú, sino de toda la región. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señaló en un último informe que existe una segregación ocupacional hacia las mujeres y que estas suelen ocupar puestos en áreas consideradas “blandas”.
En recursos humanos, las mujeres conforman el 64% de la planilla, mientras que en comunicaciones y relaciones públicas son el 63%, y en responsabilidad social el 53%. En contraste, sectores como ingeniería, operaciones e informática o comercio exterior, tienen una presencia femenina menor al 35%.
Es importante que esta situación cambie. Las empresas se están privando del talento femenino (hoy con mayor disponibilidad) al seguir ejerciendo prejuicios en sus criterios de selección. Varias de las mejores gestiones que he visto a nivel corporativo han sido lideradas por mujeres, y he tenido el privilegio de participar en compañías cuyas gerencias y/o directorios eran paritarios, con excelentes resultados.
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Lamentablemente, este escenario todavía no es una realidad. En Perú, hay un camino largo por recorrer para eliminar esta desigualdad, la cual se presenta no solo en las profesiones que pueden ejercer hombres y mujeres, sino que se da en el desarrollo ocupacional en general.
Según el reporte Perú - Brecha de Género 2023 del BBVA Research, solo el 51% de mujeres en edad de trabajar participa en el mercado laboral y, además, existe una brecha salarial de género del 25%.
Por ello, desde el sector empresarial toca pisar el acelerador y, como líderes, debemos tomar acciones concretas para cerrar esta brecha de género.
Instalar una cultura empresarial que garantice la igualdad de oportunidades para todos es una tarea que comienza desde arriba. Las cabezas de las empresas deben promover una política de diversidad e inclusión, y asegurarse de que sea el ADN del ambiente laboral en cada rincón de las oficinas, desde los procesos de postulación transparentes hasta comités y juntas directiva paritarias.
El objetivo final siempre es conseguir una sociedad más justa y sin ningún sesgo, que ofrezca igualdad de condiciones para todos, sin discriminación. La primera lección es que el camino hacia un futuro sostenible requiere de todo el talento disponible; y el Perú lo posee, tanto en hombres como en mujeres.