Estuve la semana pasada en Barcelona en una conferencia que abordó, entre otros temas, cómo los robots están sustituyendo a los periodistas en diversos ámbitos, y me topé con una huelga de taxistas que paralizó esta y otras ciudades en Europa. Lo que me dejó perplejo fue el motivo: estaban protestando contra Uber por tratarse, según ellos, de competencia desleal (y haciéndole, de paso, tremenda publicidad gratuita).
Uber es actualmente, en palabras de Farhad Manjoo, el start-up tecnológico más valioso del mundo, pero también el más controversial. Se dice que va a revolucionar el transporte tal y como Amazon revolucionó la forma de comprar. Pero, ¿de qué trata este negocio valorizado en más US$18 mil millones y apoyado inicialmente por empresas con reconocido olfato como Google y Goldman Sachs?
A través de una aplicación móvil, los usuarios de Uber se integran a una red que conecta a pasajeros que necesitan transportarse por determinada ruta con conductores particulares dispuestos a llevarlos. Estos últimos no pagan impuestos, porque teóricamente están “compartiendo” sus autos (de ahí que Uber sea el paradigma de la llamada economía colaborativa, sobre la cual escribí hace poco). Tampoco están obligados a sacar una licencia para dar el servicio ni tienen que contratar seguros de responsabilidad civil, como sí tienen que hacer los taxistas.
Pues bien, ¿tendrán éxito los huelguistas? Lo dudo mucho. En algún momento los Estados le caerán con fuerza a Uber para hacer valer su poder recaudatorio, como de hecho están haciendo con Amazon. Pero la pretensión de los taxistas de que desaparezca Uber es absurda. Quizá usted no haya pensado en esto pero, salvo que sea taxista o chofer a tiempo completo, tener un auto es de lo más ineficiente que puede uno hacer. No solo porque los autos en sí son físicamente ineficientes –solo usan entre 14% y 30% de la energía que viene en los combustibles–, sino porque posiblemente usted tenga el suyo estacionado –es decir, desperdiciado– la mayor parte del día.
Empresas como Uber tienen el atractivo tan en boga de conectar a las personas a través del Internet pero, en última instancia, son geniales en cuanto permiten reducir la ineficiencia y, por tanto, el desperdicio de recursos. Ojalá sigan apareciendo pues, como dije semanas atrás, muestran la mejor versión del capitalismo. Mientras paguen sus impuestos, son más que bienvenidas.