Mi padre tiene una camioneta con más 15 años de antigüedad. Manejarla es una aventura riesgosa. Cuando circula va dejando rastros en el camino. Le suena todo, pero aún camina. Se resiste a darle de baja o a cambiarla por una nueva. Lamentablemente, no es un caso aislado.
Los vehículos que se resisten a morir circulan por el país generando a su paso varias externalidades negativas. Algunos se usan para dar servicios de transporte de pasajeros o carga. Tres de cada diez vehículos dedicados al transporte público de pasajeros en Lima superan los 15 años de antigüedad.
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En el caso de los camiones dedicados al transporte de carga, el promedio es de 20 años. Y los autos nuevos siguen llegando, sumando a la congestión de todos los días. El año pasado hasta noviembre ya habían ingresado 152.000 nuevas unidades.
Hace unas semanas se estableció mediante un decreto de urgencia un programa de incentivos para el fomento del chatarreo. El objetivo es promover la renovación o el retiro definitivo de vehículos del parque automotor para reducir las emisiones de gases contaminantes y los accidentes de tránsito.
La idea detrás del esquema es simple: “Te pago para que retires el vehículo de circulación”. Se usan fondos públicos para sacar vehículos cuya circulación genera más costos que beneficios. Zanahoria en vez de garrote.
Este mecanismo ha sido aplicado en otros lados. Además de reducir la emisión de gases contaminantes, se ha buscado reactivar la industria automotriz. El éxito de estos programas es discutible; todo depende de su diseño y las alternativas disponibles.
El mecanismo asume que los propietarios de vehículos se comportan racionalmente y que responden al incentivo (dinero a cambio del vehículo). La eficacia del programa depende del dinero que se les ofrezca. Si es muy poco, nadie va a tocar la puerta. Con S/80 millones –aporte del Estado– no es mucho lo que se podrá hacer.
Con suerte se podrán retirar 2.500 unidades (buses o microbuses con más de 15 años). Sabe Dios si a futuro existirán los recursos necesarios. No hay que guardar muchas esperanzas con programas de este tipo. Las zanahorias cuestan y tienen usos alternativos.
Podemos hacer algo diferente. En vez de pagar y gastar recursos públicos, podemos cobrar. Esto se ha hecho para reducir las externalidades negativas asociadas al uso de bolsas plásticas.
Si la antigüedad del vehículo es un factor asociado al problema (supuesto detrás del nuevo programa), se podría gravar con un pequeño ‘impuesto’ a los autos más viejos.
Hoy solo pagan impuestos los vehículos nuevos, durante sus primeros tres años. Tener un auto o un camión con más de 15 años no cuesta. La disposición a retirar de circulación vehículos viejos y contaminantes será mayor en ese contexto. Cuando le empiece a costar, seguro que mi padre le tendrá menos afecto a su chatarrita.