Marco Ortiz

En las últimas semanas se ha vuelto a poner en debate la idea de una moneda común para América Latina. Si bien el anuncio emitido por , presidente de Brasil, en conjunto con, presidente de Argentina, es el que ha recibido la mayor atención, la idea de una moneda común es un tema recurrente en nuestra región.

Tan solo en agosto del año pasado, Gustavo Petro, presidente de Colombia, indagaba sobre el mismo tema con el presidente chileno, Gabriel Boric. Si bien este nuevo intento parece verse enmarcado en las recientes victorias políticas de partidos izquierdistas y progresistas en la región, el sueño de la moneda común escapa a posiciones ideológicas.

En 2018, el entonces presidente brasileño, Jair Bolsonaro y su par argentino, Mauricio Macri - lejanos en el espectro político a Lula y Fernández - prometieron explorar la idea del “peso real” e invitar a sus socios del Mercosur a unirse. En el caso de Perú toca ir algo más atrás, a 1991, cuando junto con los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela se estableció una agenda para crear el “peso andino”. Los intentos, siempre fallidos, por unificar nuestros medios de pago han sido recurrentes, pero ¿es deseable tener una moneda común en la región?

De las buenas intenciones a la ciencia económica

Como todo en economía, debemos evaluar los pros y contras, pero resulta difícil defender el paradigma de “una moneda, un país” si consideramos que en 1947 sólo existían 76 países en el mundo y hoy contamos con más de 190. Entonces, si en 1947 el mundo necesitaba de 76 monedas, no tiene mucho sentido pensar que hoy necesite de casi doscientas.

Por ello, la ciencia económica ha dedicado muchas páginas a establecer cuándo resulta recomendable compartir una moneda común con otros países. Robert Mundell, premio Nóbel de Economía de 1999 y pionero en el estudio de estos temas, estableció a inicios de 1960 ciertos requisitos básicos para que una “unión monetaria” funcione. Incluía entre ellos, el libre tránsito de personas y capitales; la apertura e interdependencia comercial y financiera, y la flexibilidad de precios y salarios.

Relativo a las ventajas, sabemos que los países que comparten la misma moneda logran elevar significativamente el comercio bilateral. Por el lado financiero, las inversiones también resultan fortalecidas ya que el riesgo cambiario es significativo y una unión monetaria logra mitigarlo. Diversos estudios confirman que, en la zona europea, la adopción de una moneda común generó una mayor integración financiera y mayores flujos de capital.

Dentro de las desventajas, Milton Friedman, premio Nóbel de Economía en 1976, planteaba que los tipos de cambio flexibles permiten a las economías estabilizarse rápidamente ante las crisis. Es decir, cuando un país sufre un evento negativo, una depreciación de su moneda puede ayudar a elevar su actividad económica al volverse relativamente más barato y exportar más. Por ello, compartir una moneda común y perder la política monetaria independiente puede generar que las salidas de las crisis sean más costosas.

¿Es una buena idea para América del Sur?

Para poder establecer un balance, Alberto Alesina y Robert Barro, destacados economistas en la literatura, precisaron que una unión monetaria sería más ventajosa a medida que los ciclos económicos de los países miembros se asemejen más. La idea es sencilla: si me parezco mucho a mis vecinos, tiene más sentido que compartamos la misma moneda.

La pregunta clave resulta entonces si nuestros ciclos económicos guardan semejanzas. La respuesta, al menos para los investigadores León Padilla y Ángel Rodríguez de la Universidad Autónoma de Madrid, es un rotundo no. A través de un estudio econométrico hallan que la fuente principal de los ciclos económicos de Chile, Perú, Ecuador, Brasil y Argentina, son los vaivenes específicos de cada país y no eventos regionales comunes, es decir, el establecimiento de una moneda común no sería tan beneficioso.

Dependencia del dólar: el santo remedio

Finalmente, resulta importante resaltar que uno de los objetivos que se busca con este nuevo intento por una moneda común es reducir nuestra dependencia del dólar. Aquí aprender de la experiencia peruana puede resultar instructivo. La hiperinflación de fines de los ochenta llevó a que más del 80% de todos los créditos en Perú se otorgasen en dólares. Para recuperar la confianza de la población en nuestra moneda se necesitó de un esfuerzo sostenido de décadas, con una política monetaria seria e independiente. Hoy la dolarización financiera en Perú se ubica alrededor del 30% y la población sabe que su moneda es útil para comerciar y ahorrar.

La exitosa experiencia peruana debe dejar en claro que para reducir la dependencia del dólar es mejor enfocarse en tener una buena moneda antes que una moneda común.

Marco Ortiz Profesor Investigador Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico