La reciente modificación a la Ley de Teletrabajo, aprobada por el Congreso de la República, ha generado una gran controversia y preocupación. Con esta reforma, se establece que realizar actividades personales (no laborales) durante la jornada de teletrabajo puede ocasionar el despido del trabajador, eliminando así uno de los pilares fundamentales del trabajo remoto: la flexibilidad y la conciliación del trabajo con la vida familiar. Este cambio legislativo, lejos de apoyar la transformación digital y cultural de nuestras organizaciones, nos retrocede a modelos más rígidos y controladores.
El teletrabajo ha representado un cambio cultural significativo, especialmente para los directivos que estaban acostumbrados a supervisar físicamente a sus empleados. Este modelo se basa en la confianza y en la evaluación por resultados, más que en la presencia física continua.
Es un avance hacia un modelo de trabajo más moderno, eficiente y humano, que apoya la transformación digital y cultural que nuestras organizaciones necesitan. La reforma ignora esta transformación, imponiendo restricciones que podrían asfixiar la efectividad y el atractivo del teletrabajo.
El modelo híbrido, que combina trabajo remoto y presencial, ha mostrado ser eficaz en numerosos contextos. Permite a los empleados disfrutar de la flexibilidad del teletrabajo sin perder el contacto y la interacción personal que ofrece la oficina. Esta dualidad ofrece lo mejor de ambos mundos: la libertad y comodidad del trabajo desde casa y los beneficios de la colaboración cara a cara. Sin embargo, la nueva normativa que pretende imponer el Congreso no sólo desincentiva esta modalidad híbrida, sino que pone en riesgo la viabilidad del teletrabajo en su conjunto, frenando así la transformación digital.
El teletrabajo está funcionando. En nuestra organización, por ejemplo, vivimos la flexibilidad que ofrecer esta herramienta con el debido equilibrio que nos permita cumplir nuestras responsabilidades diarias. Priorizamos el trabajo remoto y la combinamos con la presencialidad inteligente (sujeto a demanda y cuando ésta agrega valor). Incluso, varios de nuestros trabajadores viven y laboran desde distintas ciudades del mundo.
Por eso, al imponer la prohibición de realizar cualquier actividad no laboral durante las horas de trabajo, se está volviendo a una mentalidad de “microgestión” que no encaja con la naturaleza flexible del trabajo remoto. En lugar de fomentar la confianza y autonomía, la medida promueve una cultura de vigilancia y desconfianza mutua.
Además, la restricción de no poder trabajar en lugares distintos al hogar, como cafés o coworkings, es una limitación totalmente innecesaria que afecta la esencia misma del teletrabajo: la libertad de elegir el entorno que mejor se adapte a las necesidades individuales de cada trabajador.
Así, estas restricciones representan un verdadero retroceso en la transformación digital y cultural que muchas empresas implementan.
En lugar de medidas restrictivas, se debería priorizar en políticas que fomenten la confianza y la responsabilidad entre empleadores y empleados. Las empresas deben ser capaces de adaptar sus métodos de evaluación para centrarse en los resultados y el desempeño y no sólo en la presencia física.
Es fundamental comprender que el teletrabajo no significa trabajar menos, sino trabajar de manera diferente, con más productividad.
Este enfoque es crucial para la transformación digital de las organizaciones, que requieren flexibilidad y adaptabilidad.
El Poder Ejecutivo debería observar esta reforma pues representa un retroceso que amenaza con desmantelar los avances logrados desde la pandemia. Al eliminar la flexibilidad e imponer un control rígido, se condena al teletrabajo a una posible extinción. El Congreso no debería insistir en esta reforma y más bien buscar formas de apoyar el teletrabajo, promoviendo más flexibilidad, confianza y la adaptabilidad que requieren los tiempos modernos.