(Foto: referencial)
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Oswaldo Molina

Como si fuésemos testigos de un macabro conteo, vemos día tras día y sin mayor sobresalto cómo se engrosa el número de en el país. Lo que es peor, para las miles de que sufren violencia y que deciden denunciar a su agresor, este suele ser el punto de partida de otro vía crucis. Y es que las autoridades acostumbran creer en sus acusaciones y los policías en las comisarías –que deberían justamente protegerlas– tienden más bien a ignorar este tipo de denuncias.

Frente a esta problemática, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) ha desplegado, semejante a diversos países en desarrollo, los llamados centros de emergencia mujer (CEM). Estos centros, normalmente administrados por personal femenino, buscan precisamente reunir en una sola oficina los servicios policiales, legales y médicos necesarios en el proceso de denuncia de los casos de violencia de género. En este proceso de expansión, el MIMP ha pasado de contar con 29 CEM en el 2000 a 339 centros actualmente, que se encuentran desplegados a lo largo del territorio nacional.



¿Pero qué tan efectiva es esta política? La única manera de poder responder a esta pregunta es a través de una investigación rigurosa, que provea de evidencia sobre su impacto. Este es justamente el caso de la reciente investigación desarrollada por las académicas Guadalupe Kavanaugh (Rutgers University), Micaela Sviatschi (Princeton) e Iva Trako (Banco Mundial). Ellas encuentran que la apertura de los CEM se asocia con un incremento de 40% de las denuncias por agresión a mujeres, y una reducción de 7% en la incidencia de feminicidios y de 10% de hospitalizaciones relacionadas. De alguna manera, estos resultados muestran que la presencia de estos centros es vista por los agresores como una amenaza, pues perciben un aumento en la probabilidad de que sean denunciados por violencia.

Más interesante aún, las autoras encuentran que esta reducción en los niveles de violencia a los que están expuestas las mujeres debido a los CEM tiene importantes efectos intergeneracionales. En particular, incrementa el capital humano de sus hijos: aumenta la tasa de matrícula y asistencia a la escuela, así como mejora los resultados de los niños en los exámenes estandarizados. Como era de esperarse, hogares con menos violencia y con madres que pueden preocuparse del bienestar de sus hijos son elementos claves para alcanzar mejores niveles de capital humano. Y es que la violencia de género tiene también consecuencias negativas en el largo plazo a través de peores resultados educativos de los hijos.

Los CEM parecen entonces ser elementos efectivos para reducir la violencia de género. El rol de la investigación es fundamental para mostrarnos, como en este caso, qué esfuerzos valen la pena continuar.