Juan José  Marthans

Nuestro país es uno de los que mejores resultados viene mostrando en su a escala regional. Lamentablemente, ello contrasta con el deficiente accionar del Estado, con la permanente espera a la ejecutoria de reformas estructurales y con un ámbito del sector empresarial carente de visión.

Cierto, los fundamentos económicos alcanzados se reflejan en los adecuados estándares de prudencia fiscal que han llevado a disponer de uno de los niveles más bajos de endeudamiento público a escala global, en holgados stocks de RIN que nos permiten mostrar predictibilidad cambiaria y comercial, en sólidas posiciones patrimoniales por unidad de activo de nuestra banca. En el corto y mediano plazo, los ‘candados’ que muestra nuestra economía son suficientes como para que, en la eventualidad de una nueva crisis financiera internacional, podamos hacer frente a sus impactos con peculiar holgura.

En contraste, desde una perspectiva estructural, se persiste en asignarle a una maquinaria pública deficiente y con serios problemas internos por resolver, la capacidad y responsabilidad de buscar solucionar los más diversos retos económicos y sociales. En la mayoría de diagnósticos, se asume erróneamente que disponemos de un Estado de calidad y sin limitaciones de gestión, organización y dimensionamiento. Aún no tenemos claro que sin emprender una verdadera reingeniería integral del Estado no existe posibilidad de ejecutoria eficiente de reformas. En la actual situación, le estamos pidiendo a un hombre sin brazos que haga de cirujano.

Ahora bien, la ejecutoria de las reformas estructurales adicionales que deben acompañar a la reingeniería del Estado son esenciales también si queremos corregir la informalidad, la ausencia de institucionalidad, las profundas deficiencias de nuestro frente político, la limitada descentralización, la deficiente infraestructura, las carencias de nuestro mercado laboral, de salud y educación. El problema es que hasta hoy estas reformas no se diseñan bien, no disponen de consenso político y social, no están debidamente priorizadas, se postergan. ¿‘La trampa de los ingresos medios’ es realmente ‘la trampa de la incapacidad de ejecución de las reformas pendientes’. Mejoras en la productividad sin reformas estructurales son sinónimo de engaño.

Finalmente, para darle real sostenibilidad a nuestra macroeconomía y lograr que los beneficios de las reformas estructurales se hagan realidad, debemos tener claro que también requerimos de una clase empresarial comprometida con los grandes objetivos nacionales, capaz de entender que la ética es rentable y dispuesta a generar ecosistemas donde el valor compartido haga sostenible el éxito de sus negocios. Un empresario con visión de futuro, con una mentalidad globalizada y consensual, dispuesto a ejecutar acciones con contenido contracíclico y con participación en el accountability ligado al accionar del sector público aportaría mucho al desarrollo del país.

Está claro que nuestra macroeconomía va bien, pero aún debemos generar espacios para que nuestro mediano y largo plazo sean el marco donde se extiendan los beneficios de una arquitectura estructural aún ausente. La construimos o retrocedemos, así de simple.

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