En julio del 2021, el Perú conmemora 200 años de su independencia en medio de una crisis generada por la pandemia del COVID-19 y de un proceso electoral polarizado. Frente a esta coyuntura, los distintos sectores de la sociedad han reconocido que, si bien es importante generar riqueza para salir de la pobreza, ello no es condición suficiente para lograr desarrollo, un concepto que trasciende lo estrictamente económico. Ello genera la necesidad de prestar atención a la evolución de indicadores de bienestar social que complementen los indicadores tradicionales de crecimiento.
Además, ya que conseguir mejoras en el bienestar requiere coordinación de esfuerzos públicos y privados (Estado y mercado) el Estado y las empresas son llamadas a asumir un nuevo paradigma de actuación. En palabras de Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial (FEM), para evitar que el mundo sea aún menos sostenible, menos equitativo y más frágil debemos forjar cimientos completamente nuevos sobre los que sustentar nuestros sistemas económicos y sociales.
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La literatura académica identifica múltiples mecanismos que desde el mercado suman para conseguir el tan ansiado “bienestar”; uno de ellos sugiere al emprendimiento de mujeres como mediador de la creación de riqueza acompañada de una mejora en las condiciones de vida. Las mujeres emprendedoras tenderían a crear empresas que buscan equilibrar la obtención de beneficio económico con objetivos de creación de valor social y ambiental.
Una empresa social es una organización privada y formal que tiene como propósito central atender un problema social o ambiental a través de un modelo de negocio. Las empresas sociales operan con una lógica organizacional de valor múltiple. Es decir, integran a la creación de valor comercial una mirada prosocial (organizaciones con fines de lucro), y a la lógica prosocial la autosostenibilidad económica (organizaciones sin fines de lucro) producto del intercambio comercial.
Organizaciones de este tipo son SFT Latam, que busca disminuir las brechas entre el pescador y el consumidor de pescado al conectar directamente a los primeros con restaurantes de alto valor y clientes del sector retail. O el caso de Estrafalario que a través del aprovechamiento de telas orgánicas y recicladas empodera económicamente a mujeres del penal Anexo de Chorrillos y a madres adolescentes del Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar (Inabif).
En el documento de política Razones y lineamientos para impulsar el emprendimiento de mujeres en el Perú del proyecto Agenda Bicentenario, del CIUP, analizamos el rol del emprendimiento de mujeres como factor de éxito en la consecución de los objetivos del emprendimiento con propósito social.
A partir de información sobre empresas no solo del Perú si no de Latinoamérica, el estudio identifica que el emprendimiento de mujeres supera al de los hombres en su capacidad de incrementar el desempeño social de las empresas. Los factores con los que se mide este desempeño social incluyen: la capacidad de emplear a grupos vulnerables de la población, la equidad salarial de género, el respeto a las condiciones laborales, entre otros.
Es recomendable, por tanto, promover y fortalecer el emprendimiento de mujeres a través de programas ad hoc. Algunas recomendaciones para hacerlo de forma eficiente son las siguientes: 1) que los programas de formación a emprendedoras aborden explícitamente factores como la autoconfianza y la motivación a través de mentoría personal centrada en aspectos socio-emocionales, 2) que se creen productos financieros para los emprendimientos de mujeres que hayan superado los estadíos iniciales del negocio (acceso a fondos de inversionistas ángeles y/o fondos de garantía), 3) crear espacios de encuentro entre y para mujeres, para abordar con libertad temas como la violencia de género, o la tutela masculina, y espacios en foros empresariales, tradicionalmente masculinos y 4) que se articulen e integren los programas de responsabilidad social y de emprendimiento focalizados en mujeres.
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