Lima es una ciudad que no madura, que le plantea innumerables retos a sus habitantes. Que más se asemeja a un cúmulo de microzonas urbanas sin una columna vertebral que le de un movimiento armónico, como ocurre con una red de transporte público. Que se autoconstruye como sus viviendas edificadas sin arquitectos. Que luce despejada de áreas verdes y que puede quedar interrumpida de sus servicios más básicos e incluso de sus alimentos si queda bloqueada una sola autopista – lo que quedó demostrado con los estragos de la naturaleza en Chosica–.
Lima, llena de defectos y vulnerable a los cambios del clima, creció sin visión de futuro. Si se requiere un giro de 180 grados nadie lo duda, y uno de los posibles modelos para su reformulación es el alcanzado por algunas grandes ciudades del mundo que se han convertido en ciudades sostenibles, las que además de plantear un desarrollo urbano vinculado a los retos del cambio climático, también ponen en agenda la sostenibilidad económica y social de sus poblaciones.
Parece un tema de ciudades con gran poder adquisitivo, pero lo que dicen los fieles creyentes en este modelo en el ámbito local es que, contrariamente, las inversiones son a nivel micro, salvo algunas excepciones, y vienen acompañadas del desarrollo de nuevos negocios orientados a la sostenibilidad del medio ambiente, generando un estilo de vida con menos estrés y más comunidad.
“La diferencia entre Londres y Lima, no es el dinero. El tener una ciudad donde vivas bien y mejor no significa invertir más, tiene que ver con la cultura, con cambiar el chip de cómo venimos haciendo las cosas”, afirma Elmer Linares, asesor de Gestión Ambiental de la Municipalidad de San Borja. Para él, una transformación es posible.
La experiencia en diferentes partes del mundo sigue más o menos el mismo esquema: desarrollo de excepcionales redes de transporte con bajas emisiones de CO2, con edificios diseñados para hacer más eficiente el uso del agua y la luz, acompañado de hábitos de reciclaje y el reuso de los desperdicios para, por ejemplo, generar energía; la recuperación de áreas verdes y la creación de más espacios públicos, entre otros aspectos.
Allí tenemos a Curitiba (Brasil), pionera en sustentabilidad en la región, por implementar tempranamente áreas para peatones y suministrar un transporte rápido y de bajo costo. También la ciudad de México está a la vanguardia con la creación de azoteas verdes. Gracias a que su municipio brinda descuentos al pago predial, hoy existen 15 mil m2 de techos cubiertos de verde.
Más lejos está Suecia, donde hay ciudades que han cambiado su manera de funcionar en áreas como energía limpia, transporte, gestión de la basura, reuso del agua y reciclaje. En tanto, Copenhague ganó el premio europeo a la Ciudad más Verde, el “Green Capital Award”, del 2014. Su funcionamiento está volcada a convertirse en una ciudad carbono-neutral para el 2025. Estas son solo algunas grandes ciudades.
Alberto Barandiaran, asesor del viceministerio de desarrollo estratégico de Recursos Naturales del Ministerio del Ambiente, menciona que más de la mitad de la población mundial se ubica en áreas urbanas, proceso que no nos excluye. “Las ciudades demandan gran parte de recursos y servicios del planeta.
La complejidad logística de alimentar, transportar y proveer bienes y servicios para miles o millones de personas plantea un enorme reto de gestión local, lo que es complejizado por el cambio climático”, indica. Resalta que las ciudades mencionadas han encontrado una manera en que sus poblaciones vivan mejor, reduzcan sus emisiones y sean menos vulnerable al cambio climático.
¿Qué tan viable es convertirnos en una ciudad sostenible? Existen algunas dificultades. Lima tiene problemas de gobernanza, según refiere el arquitecto Jorge García Calderón, quien coordinó el Plan de desarrollo urbano al 2035 (Plam). La mayor responsabilidad del funcionamiento de nuestras ciudades recae en los gobiernos locales y el mayor reto proviene de que Lima está fraccionada en 50 zonas con diferentes visiones y decisiones.
En la actualidad, la discusión es si habrá o no una real reforma del caótico transporte público con la gestión de Luis Castañeda. “Hay que sacar los carros de las calles, como ocurre en el resto del mundo, para reemplazarlos por buses grandes y bicicletas. Lo otro es comprarle un pantalón grande a un obeso. Eso no resuelve en nada el grave problema que tenemos de transporte”, resalta Linares.
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