Tras 17 años en el cargo de country managing partner de EY en el Perú, Jorge Medina le cedió la posta esta semana a Paulo Pantigoso, luego de un proceso de transición finamente calibrado que duró casi cuatro años. Jorge, destacado columnista de Portafolio en sus ratos libres, no es de los empresarios circunscritos a lo políticamente correcto. Por ello su opinión es tan valiosa.
¿Qué sensación te deja este tránsito a una nueva etapa de tu carrera?
En realidad, este proceso lo empezamos hace cuatro años. La política global de EY es que cumples 60 años y al 30 de junio siguiente te retiras. Me voy después de 36 años en la firma, y de 17 años de ser su presidente. En una situación como esta, tienes que tener todo preparado, así que he tenido tiempo para digerirlo. Paulo Pantigoso está técnicamente al mando desde hace 14 meses, y yo he venido dedicando buena parte de mi tiempo a temas que tienen que ver con políticas públicas. Estoy en Perú 2021, en Soluciones Empresariales contra la Pobreza, en Asociación Civil Transparencia, donde trabajamos el tema de la democracia, en Endeavor que acabamos de crear en noviembre. Esta última iniciativa la estamos bancando un grupo de empresarios peruanos que pensamos que para alcanzar el desarrollo económico en un entorno de innovación necesitamos seguir impulsando el emprendedurismo. El gran empleador en el Perú son las microempresas y las pequeñas empresas, y creemos que el Estado debería apoyarlas un poco más, no solo reduciendo burocracia y ‘tramitología’, sino simplificando el tema tributario para promover la formalización. Ahí nos falta visión y atrevernos más. Porque cuando uno se pregunta qué le falta al Perú para ser exitoso, llega a la conclusión de que estructuralmente lo tenemos todo como país. El problema somos nosotros, que no lo vemos así.
¿Aplica esta reflexión también a la política?
Por supuesto. Nuestra tragedia es que miramos las cosas en compartimientos estancos. Nosotros en el sector empresarial pensamos que hay que resolver la informalidad, la ‘tramitología’, el déficit de infraestructura, generar predictibilidad en las decisiones de inversión. Clarísimo, legítimo y, además, muy importante. ¿Pero, cuál es la relación de eso con la política? Es total, pero no la vemos.
¿Por qué no?
Porque a veces vemos las cosas con anteojeras. Por ejemplo, hoy, en este minuto, la democracia peligra en el Perú. Tenemos una democracia formal pero no real. No me digan que no sabíamos lo de Áncash, lo de Tumbes o lo de Cajamarca. Las empresas que operan ahí lo saben y nadie dice nada. Entonces, vivimos en un país informal, donde no se respeta el Estado de derecho, y nosotros seguimos pensando en infraestructura, productividad, impuestos, TLC. No vemos la relación entre todos estos temas.
¿Puede un empresario hacer negocios aislado de todo eso?
Creemos eso, porque en efecto así ha ocurrido siempre. Pero las cosas ahora son distintas. El mundo cambió, pero nosotros no hemos cambiado mucho. El Perú es uno de los países con el mayor índice de desconfianza interpersonal. Tenemos gobiernos con liderazgos caudillistas que no descansan en partidos políticos. ¿Cómo un país puede ser estable si la ciudadanía no se involucra a través de los partidos políticos? Y aquí quiero ser justo: a los empresarios nos cuesta horrores transitar por el camino ético, porque hay piedras por todos lados. A veces nos tildan de cortoplacistas, rentistas, mercantilistas. No digo que no exista, pero yo conozco empresarios que no están dispuestos a aceptar que vivamos en un sistema que penaliza el hacer negocios de forma correcta.
¿Cuántos de esos empresarios están dispuestos a asumir algún tipo de vocería a nivel gremial?
Muy pocos. Pero aun cuando no comparta esa postura, entiendo sus razones. En un país donde existe un poder informal pero real, si sales a cuestionar el statu quo, te vas a pelear, hay gente que se va a sentir tocada, te van a generar problemas por doquier. Entonces, el empresario piensa que tiene quizá miles de familias que dependen de él y empieza a dudarlo. Esto lo hemos conversado con muchísimos líderes empresariales…
¿Y están conscientes de que eso alimenta la creencia de que los empresarios son como los congresistas, en cuanto a que otorongo no come otorongo?
Sí, claro. Yo dije hace algunos años en una entrevista que los empresarios somos otorongos en ese sentido. Porque si yo sé que en mi industria hay algo que no funciona y no lo digo, o si sé que un regulador le pide coimas a un cliente y yo no lo denuncio, soy cómplice. También soy responsable. Entonces, nunca resulta mejor aplicado el refrán de que la unión hace la fuerza. Yo siempre digo que los líderes atraen líderes, y con ese liderazgo disruptivo, valiente, bien articulado, que revierta el paradigma, los otros líderes no van a querer quedar fuera de la fiesta. Se puede hacer.
Dentro de esa lógica, ¿el recambio generacional que se ha visto en algunos gremios ha sido algo espontáneo o con lo anterior en mente?
Cuando tú vez a los diferentes gremios, notas algunos que son mucho más progresistas, dispuestos a romper los esquemas tradicionales, a cambiar las reglas de juego. Y eso depende del líder. Yo veo, por ejemplo, en la Sociedad Nacional de Industrias un liderazgo diferente, a un Lucho Salazar atreviéndose a decir cosas antes impensadas, tendiendo puentes, trabajando decididamente en políticas públicas. Ese tipo de liderazgos son los que el Perú necesita.
¿Estos líderes del recambio traen nuevos valores corporativos?
Los valores corporativos en el fondo no son nuevos, lo que ocurre es que vienen nuevas generaciones que encarnan mejor su rol o asumen mejor su responsabilidad, y por tanto viven esos valores de una manera diferente. Pero no estoy de acuerdo con que sea solo un tema generacional, pues encuentras gente mayor que vivió una coyuntura totalmente diferente y se acostumbró a trabajar de otra forma, gente que quizá quiso cambiar el sistema antes y no lo logró y por eso se volvió un poco más escéptica. Pero esa gente también estaría dispuesta a hacer estos cambios si logramos convencerlos de que es en su mejor interés.
¿Y cómo se hace eso?
El otro día hablaba con la gurú espiritual Jetsunma Tenzin Palmo, que estuvo de visita en Lima, y le decía: “Si el ser humano es egoísta por naturaleza, aprovechemos eso para hacer los cambios que se necesitan y convenzámonos de que va en nuestro mejor interés ocuparnos del otro y de la sociedad, porque aún cuando perdamos negocios en el corto plazo, ganaremos en el largo plazo”. Yo creo en esto y hay teorías económicas que se basan en ello, pero ella me respondió: “En el fondo el ser humano no es egoísta sino que está en su naturaleza ser bueno, y el que tú te preocupes por ello lo demuestra, más allá de que esta realidad se haya distorsionado en la mente de muchos”. Me descuadró. Yo nunca había visto las cosas desde esta perspectiva.
¿Por qué hay cosas que cuesta tanto cambiar, como la baja participación femenina en cargos ejecutivos?
Es otra de nuestras tragedias. Desperdiciamos el talento femenino de una manera brutal. No hay mujeres en la gran mayoría de directorios…
Como tampoco hay empresarios provincianos en los gremios…
Quizá haya un poquito más, pero en efecto. Vayamos al tema de los directorios. Allí solemos ver economistas, abogados, ingenieros industriales, profesionales respetadísimos, pero nunca vemos sentado a un antropólogo, un sociólogo o un analista político. Necesitamos que nos hagan ver las cosas de una manera completamente distinta a como nos han entrenado.
Pero es cierto también que muchos de estos profesionales no están muy interesados o ven con sospecha el fenómeno empresarial…
Yo creo que sí. Pero hay que interesarlos. Si somos capaces de persuadir a los mercados y los consumidores, cómo no vamos a ser capaces de convencerlos a ellos también. Ahora, yo suelo criticar las posturas extremistas. Mucha gente de las ONG o de la sociedad civil organizada nos ve a los empresarios como la DBA, la ‘derecha bruta y achorada’, y nosotros los vemos a ellos como los ‘caviares’, los irrealistas, los que tienen intereses subalternos. Y ni una ni la otra cosa es cierta. Yo te aseguro que si nos sentamos alrededor de una mesa a conversar, como en efecto lo hemos hecho en Transparencia, se ve que queremos lo mismo.
¿Y por qué no se ven públicamente –de ambos lados– esas manifestaciones de respeto en la discrepancia?
Por falta de visión y de liderazgo. Yo me siento a conversar con ellos y de repente puedo parecer hasta ‘caviar’ para algunos colegas míos, pero la verdad es que así como no aprovechamos el talento femenino o el talento provinciano, tampoco aprovechamos el talento del que piensa diferente. La mejor innovación hoy en día es aquella que tiende puentes entre el Estado, la sociedad civil y la empresa. Ese liderazgo no lo tenemos hoy en el Perú. Y aquí viene una autocrítica: ¿dónde están los pronunciamientos de las organizaciones empresariales por lo que está pasando en las regiones? Entonces, ¿de qué nos quejamos?
Los empresarios se quejan de la debilidad institucionalidad, pero sus propias instituciones gremiales operan casi exclusivamente en Lima.
En efecto, nos quejamos, pero la institucionalidad es una sola, así que somos parte del problema y tenemos que ser también parte de la solución. Cuando hablamos de las mafias en el sector construcción, ¿quién construye? Cuando criticamos la minería ilegal, ¿esta explota el oro con palas o con maquinaria? Cuando criticamos el narcotráfico, ¿cómo se lava el dinero que este genera? Nosotros, los auditores, ¿estamos seguros de que trabajamos con empresas éticamente incuestionables? Lo que es poderosísimo en el mundo en la sanción social. Cuando dejemos de tener relación con aquellas empresas cuestionables, ahí el cambio se hará efectivo.
¿Por qué crees que en la defensa del modelo económico que hace el empresariado muchos no perciben necesariamente una preocupación por el pobre, el consumidor o el ciudadano de a pie?
Porque tenemos que cambiar nuestro lenguaje y aún no lo hemos hecho. Tenemos un discurso obsoleto que no pega. Decimos que tal o cual cosa “desalienta la inversión” y esto a nadie le interesa. Obviamente que es importante la inversión, pero esa afirmación no convence. Mejor preguntarnos: ¿para qué sirve una empresa? Para resolver los problemas de la sociedad. Punto. Si le va mal a las empresas, se verá afectada la lucha contra la pobreza, la inclusión social, la generación de empleo. Pero cuando hablo de inversiones o de predictibilidad, la gente interpreta que solo pienso en mi interés. Y lo que tenemos que hacer es defender al ciudadano de a pie, porque cuando él o ella sea fuerte, nuestras empresas van a ganar más dinero y van a poder compartir más.