"Lo que se necesita para sacar a estas personas de la pobreza es crear mayores oportunidades de empleo de calidad". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Lo que se necesita para sacar a estas personas de la pobreza es crear mayores oportunidades de empleo de calidad". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alek Brcic Bello

Faltaba una cifra para terminar de dimensionar la desgracia económica que trajo la pandemia en el 2020. Sabíamos que la producción nacional había caído 11,1%, que se perdieron 2,23 millones de empleos y que la deuda pública aumentó casi a 35% del PBI (de 26,8% en el 2019). De lo que no estábamos seguros era qué tanto subiría la después del año que pasó.

Existían varios estimados, e incluso algunos optimistas resaltaban que los bonos y programas del gobierno habrían logrado frenar en parte el retroceso. El viernes de la semana pasada, sin embargo, el INEI puso fin al misterio con la publicación de unas cifras que han caído como un puñetazo en el estómago.

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Según informó el instituto estadístico, en el 2020 la incidencia de pobreza aumentó 9,9 puntos porcentuales (pp) hasta alcanzar al 30,1% de la población. Es decir, en un año retrocedimos a niveles que no se veían desde hace más de una década en el Perú.

El golpe, por supuesto, no ha sido igual para todos. Si bien la pobreza aumentó en todo el país, en algunas regiones subió más que en otras. Tumbes (18,9 pp), Pasco (14,5 pp) y Lima Metropolitana (13,3 pp) fueron las más afectadas, mientras que Loreto y San Martin tuvieron incrementos menores a 1 pp.

Las diferencias en el ámbito geográfico también tuvieron un efecto. Y es que la emergencia sanitaria encontró menos preparados a los bolsillos en zonas urbanas. Ahí, la incidencia de pobreza casi se duplicó al pasar de 14,6% a 26%. En áreas rurales, en cambio, donde la pobreza antes de la pandemia ya triplicaba a la de zonas urbanas, esta aumentó de 40,8% a 45,7%.

¿Y ahora qué toca hacer? Un incremento tan acelerado en la pobreza monetaria requiere una estrategia diferenciada para poder enfrentarla. Afortunadamente, las mismas cifras traen algunas ideas sobre cómo llevarla a cabo.

Así, por ejemplo, mientras en hogares no pobres apenas el 50,5% tiene entre sus miembros a personas menores de edad, en hogares pobres esta cifra aumenta a 80,9%. Por ello, una mayor incidencia en programas como Qali Warma, que están enfocados en niños y jóvenes, podría tener un efecto positivo en este grupo de personas.

También se sabe que la población por debajo de la línea de pobreza trabaja principalmente en empresas de entre 1 y 5 trabajadores (82,5%), son independientes (44,9%) y pertenecen al sector informal (92,4%). En ese sentido, medidas como la liberación de la CTS o el retiro parcial de los fondos de las AFP no tienen mayor efecto para estas personas. Sí, en cambio, la entrega de bonos y transferencias temporales.

Por el lado de los programas sociales, además, estos hoy se concentran principalmente en zonas rurales. Se requiere entonces una focalización distinta para atender a este nuevo grupo de pobres urbanos.

Pero, más que nada, lo que se necesita para sacar a estas personas de la pobreza es crear mayores oportunidades de empleo de calidad. Y para ello no hay mejor receta que el crecimiento económico.

Luego de la publicación de las cifras del INEI deberíamos exigirle a y que expliquen sus ideas para enfrentar este problema. Hasta ahora, sin embargo, el tema no parece estar en la agenda de los candidatos.

Y es que si sus propuestas se limitan a discursos vacíos o iniciativas improvisadas en el estrado (como duplicar el monto de Pensión 65 o reducir la edad para acceder al programa), más parecen esperar que la pobreza caiga por pura inercia. Con ello, lo único que lograrán es que demoremos más en recorrer un camino que ya habíamos transitado antes.

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