América Latina ha cerrado una década decepcionante en la que creció a un promedio anual de 2% aproximadamente. Este fue el peor resultado entre todas las economías emergentes, por detrás de los países en vías en desarrollo en Asia (7,1%), África subsahariana (4,1%), Medio Oriente (3,3%) y Europa del Este (2,9%), de acuerdo con el FMI.
Las razones para esto son varias. La más evidente es el colapso de la economía venezolana, la cual es 60% más pequeña hoy de lo que era en el 2010. Esta crisis económica, causada por la caída del precio del petróleo, la insania monetaria y la cleptocracia en el poder, se ha vuelto también política, humanitaria y migratoria.
Sin embargo, sin el efecto Venezuela, Latinoamérica hubiera crecido en promedio 0,5 puntos más, una cifra importante pero que aún nos dejaría en la retaguardia de la economía mundial.
La clave está en el estancamiento de los dos gigantes latinoamericanos, Brasil y México, que representan alrededor del 60% de la actividad económica en la región. Lo que pasa con estos dos afecta a todo el vecindario.
En Brasil, el crecimiento anual 2010-2019 fue de 1,3% tras una profunda recesión en el 2014-2016; de hecho, el PBI aún se mantiene por debajo del pico alcanzado en el 2013. La crisis brasileña es compleja, pero un factor clave fueron los choques externos (incremento de tasas en EE.UU. y desaceleración en China), que deterioraron los términos de intercambio y revirtieron los flujos de capital extranjeros.
Con sectores público y privado altamente endeudados, el primero careció de espacio fiscal para estimular la economía, mientras que el segundo entró en un largo proceso de desapalancamiento que continúa hasta hoy.
Por su parte, México creció a un ritmo de 2,7% durante los últimos diez años. Aunque se aprobaron medidas para atraer mayor inversión en sectores como el energético y de telecomunicaciones, el incremento de tasas en EE.UU. también debilitó el crecimiento durante la segunda mitad de la década, mientras que la caída del precio del petróleo debilitó las cuentas fiscales, reduciendo espacio de acción.
Hoy, tras varios años decepcionantes para la economía, las reformas corren peligro.
Al resto de la región no le ha ido mucho mejor. Chile (3,5%) y Colombia (3,7%) se desaceleraron tras las caídas de los precios del cobre y el petróleo, mientras que Argentina (1,2%) se volvió brevemente la engreída de los mercados, para luego volver a caer en default.
Durante la última década, a toda la región le fue mal, y la razón principal es que a partir del 2013 los términos de intercambio cayeron y los flujos de capital se revirtieron. Así, es imposible pretender que el contexto externo no haya jugado un rol fundamental en el desempeño de la región.
No obstante, es evidente que frente al choque externo, a algunos países les fue peor que a otros.
Las economías con bancos centrales autónomos y prudencia fiscal como el Perú (4,5%) crecieron por encima del promedio. La década que viene probablemente acentuará estas diferencias; sin embargo, en la ausencia de medidas que añadan motores al crecimiento e incrementen la productividad, nuestro país seguirá siendo el mejor alumno en la peor clase del mundo.