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Morikawa, el científico peruano comprometido con la naturaleza - 3
Abraham Taipe Ballena

Tras una ausencia de casi 20 años, el científico peruano volvió al en Chancay, y lo primero que hizo fue ponerse de rodillas y pedir perdón.

Había gastado miles de dólares para regresar desde la lejanísima ciudad de (Japón) y lo que tenía frente a él era un lugar atroz, hediondo, abandonado. No era ese mágico espacio del tamaño de 100 hectáreas en el que había pasado sus mejores días de niño junto a primos y amigos.

"Le pedí perdón por dejar que le ocurriera todo eso", dice Morikawa, un hombre de 39 años que aprendió a chacchar coca antes de los 12 durante los viajes que hacía a los Andes junto a su padre y que le daba las gracias a los cerros luego de escalarlos. 
 
Morikawa recuerda cómo empezó todo. En el 2010, el científico peruano graduado con honores en la escuela de posgrado de la Universidad de Tsukuba, recibió la llamada de su padre con una advertencia: El Cascajo está a punto de desaparecer. Entonces pidió permiso en la universidad, donde no solo era catedrático de posgrado sino también lideraba un equipo de investigación en temas medioambientales, compró su pasaje, recorrió miles de kilómetros y pisó suelo peruano.

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Tras observar el calamitoso estado del humedal, decidió buscar apoyo en todos lados: publicó en las redes sus sociales su intención, tocó las puertas de personas en Huaral, Chancay y Lima, hasta conversó con empresarios. Pero nadie le hizo caso. “Chino, estás loco”, le decían.
 
Y quizá tenían razón si se piensa egoístamente. El panorama era este: vives en un país desarrollado, eres catedrático en una universidad prestigiosa, tienes proyectos importantes en otras partes del mundo, y de pronto quieres volver a tu país para salvar una laguna sin apoyo alguno.
 
Pero aun así optó por no rendirse. Retornó a Japón, pidió licencia en la universidad: “me voy a Perú a realizar un proyecto”, les dijo. Sacó todos sus ahorros, pidió tres préstamos bancarios y compró, una vez más, un pasaje de avión.
 
Lo cierto es que su proyecto no era un golpe de locura. Junto a su grupo de investigación en Japón había recuperado más de 30 hábitats naturales en Asia y África; entre humedales, desiertos y bosques. Con 14 años de experiencia, Morikawa sabía que para que todo funcione debían conjugarse tres cosas, o lo que él llama el triángulo de lo no imposible: base científica, apoyo de la sociedad y sortear los requisitos legales o burocráticos.

“Le dije al alcalde de Huaral que me dé permiso, que yo correría con todos los gastos y que si en un año no habían resultados me marchaba al Japón. Y me lo dio”, recuerda.
 
La segunda tarea era internarse en el humedal. Tres días y tres noches observó cuánta gente pasaba, qué animales había, los puntos de mayor contaminación. Hizo un trabajo de detective. Luego se puso su traje especial y se fue a retirar la suciedad y las plantas verdes que contaminaban el lugar.

(Foto: Omar Balbín)

“Sal de allí, chino loco”, le gritaba la gente. “Te vas a enfermar”, decían otros. Y él salía de las aguas y les explicaba del proyecto como si fuese un profesor frente a sus alumnos.
 
A la semana de trabajo, y tras jornadas de 14 horas diarias, Morikawa despertó una mañana con bastante retraso. Rápidamente se puso su traje y fue al humedal, lo que encontró hasta ahora lo emociona: decenas de personas metidas en el agua hacían un trabajo de limpieza.
 
Pero el científico no podía desligarse de Japón completamente: iba y regresaba. Entre el 2011 y el 2012 buscó y halló la mejor solución para el problema: las nano burbujas.
 
“Es una burbuja 10 mil veces más pequeña que la de la gaseosa. Tiene unos iones positivos y negativos. Eso genera que tenga una concentración alta de energía. Las bacterias, por tener esta concentración, se adhieren a esta nano burbuja. Al adherirse, como ya no pueden escaparse, se autodestruyen o se mueren por la falta de movilidad o alimento”, ha explicado cientos de veces.
 
Para el 2013 se había logrado recuperar el 98% del humedal El Cascajo, una proeza inimaginable para los huaralinos.  Ese mismo año recibió una llamada mientras se encontraba en Japón: “Marino, el humedal está blanco, vente”.
 
El científico tuvo miedo. No sabía qué extraño fenómeno se había suscitado. Otra vez tomó un avión con dirección a Lima y luego manejó hasta Huaral como si en eso se le fuese la vida. “Lo que había ocurrido era que habían vueltos la aves, decenas, cientos de ellas en el humedal. Fue hermoso”, dice.

(Foto: Omar Balbín)

Ahora, desde diciembre a marzo las aves toman como punto de parada el humedal huaralino. Eso ha traído felicidad a sus habitantes y también recursos: el lugar ya es una plaza turística. 

EL ANHELO DEL CIENTÍFICO

Tras la atención mediática que generó el trabajo del científico en medios como National Geographic, Telemundo y otras cadenas, le llegaron solicitudes de todo el Perú. “Oye, Marino, por qué no recuperas el , o esta laguna de Pasco. O la de Junín”, le escribían a su e-mail desde alcaldes hasta gobernadores regionales.

Del 2014 hacia adelante, Morikawa ha recorrido casi todo el Perú junto su equipo de trabajo llamado Nano+7. Lleva con él sus drones, que toman fotos vía aérea, y sus instrumentos de laboratorio para tomar muestras de la contaminación existente.
 
En su página de Facebook oficial también recibe invitaciones de jóvenes estudiantes que quieren apoyarlo y de expertos extranjeros de toda Latinoamérica que desean conocerlo.

Hoy dice que los proyectos que están a punto de concretarse son dos: el de la Huacachina y el del Lago Titicaca. “Ya hay empresas interesadas en invertir, le hemos presentado el proyecto y todo va por buen camino. El de la Huacachina saldrá primero”, dice convencido pero sin querer dar más detalles por temor a que la burocracia paralice sus planes.

Su deseo es salvar el 70% de los hábitats naturales del Perú. Y se tiene confianza. “Para salvar el [lago] Titicaca ya hay cientos de voluntarios, la gente se está involucrando. Yo quiero formar líderes, el problema está en la decisión, no podemos quedarnos quietos”, explica.
 
Y precisamente Morikawa es un tipo que no puede estar sentado en una oficina. Es un creador, alguien que piensa en cómo solucionar y mejorar la vida de los demás.
 
Junto a Qaira, una startup peruana, presentó el proyecto de un . Hasta el momento ha ganado un concurso que le ha valido representar al Perú el próximo año en Suiza frente a proyectos de otros 60 países.

“Confiamos en que podemos ganar y el hacerlo nos permitiría la posibilidad de acceder a inversionistas que pueden desembolsar entre US$100 mil y US$1 millón al proyecto”.

 También está su proyecto de las casacas inteligentes, que viene trabajando con la empresa Hoseg.  Ya tienen un prototipo de una casaca con paneles solares que capta la energía y que permite dos cosas: regular la temperatura de la prenda y cargar un celular u otro objeto.
 
“Con esta casaca mi amigo el montañista Richard Hidalgo podría subir a su nevado calientito”, bromea. El proyecto está postulando a un fondo concursable del Concytec para obtener más recursos y seguir siendo probado con miras a salir al mercado.
 
Con toda esta avalancha de tareas, Morikawa pasa más tiempo en Perú que el Japón, un país del que no se puede despegar por un par de razones: allá tiene laboratorios a su disposición y tecnología al alcance de sus manos, además de un tema sentimental que prefiere no dar detalles.
 
¿Por qué haces todo esto? , le preguntó este periodista hace unos días. “Porque soy peruano y todos tenemos un deber de hacer algo desde el campo en el que estamos preparados. Yo como científico, tú como periodista, otros como ingenieros o profesores.  Es la conciencia del deber”, dice el científico de rasgos japoneses pero que es más peruano que una cumbia de Chacalón

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