“El estado lamentable de esta construcción”, nos dice Gisela Orjeda mientras nos hace un tour por la sede del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec) en San Borja, “es la cristalización y la visualización de la importancia que todos los gobiernos le han dado a este aspecto tan importante del desarrollo”.
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No hay que saber leer entre líneas a la actual presidenta de dicha institución, porque su ironía es contundente. La sede del Concytec es -y que nos disculpe ella- una vergüenza para un país que se precia de aspirar al desarrollo, como el Perú.
“Estamos en un estado lamentable, esa es la realidad. Y tenemos que salir de bajo cero, debajo de Haití”, espeta, con una sonrisa que seguramente finge para no tener que llorar. Porque es verdad, en ciencia, tecnología e innovación (CTI) estamos a la cola de la región y del mundo. Afortunadamente, ella es una de las pocas personas comprometidas a cambiar esto.
Orjeda nos cuenta entusiasmada que están próximos a mudarse temporalmente a un local en el corazón de Miraflores, mientras derruyen su sede actual entre las avenidas Del Aire y Canadá para dar pie a un nuevo edificio sobre un terreno de 5 mil metros cuadrados. Pero esa no parece ser su satisfacción principal, ni tampoco el que el presupuesto de Concytec haya aumentado exponencialmente en el último año. Lo que la tiene ilusionada es la nueva Estrategia Nacional para el Desarrollo de la Ciencia, Tecnología e Innovación, que terminaron de elaborar el mes pasado.
“Por primera vez, la ciencia, tecnología e innovación están en la agenda política, (como) nunca antes”, se jacta Orjeda. Menciona, a continuación, las dificultades que han identificado, a saber: el divorcio existente entre la academia y el sector privado; la insuficiente masa crítica de investigadores y personal altamente capacitado en CTI; los bajos niveles de nuestros centros de investigación y desarrollo; entre otros.
“Hemos analizado cuáles son los problemas para lograr que el conocimiento ayude a la productividad, competitividad y diversificación productiva”, nos cuenta, al tiempo que nos comenta sobre iniciativas como la creación de centros de excelencia en CTI, el fortalecimiento de la absorción tecnológica en las pymes y el financiamiento de ideas audaces que apunten a solucionar problemas prioritarios del país.
Rápidamente descarta que se trate de una política que busque distorsionar la economía o minimizar sectores que han sido históricamente importantes para el país. “Por supuesto que la minería tiene un rol enorme, y lo que nosotros planteamos no es olvidarnos de la producción de materias primas, sino apuntalarla, mejorarla, que se abra hacia otras cosas”, refiere.
Orjeda no puede evitar hablar del potencial de la biotecnología, que es su área de interés personal. Pero así como se ha previsto un programa nacional en biotecnología, la citada estrategia también contempla otros en materiales (que busca darle mayor valor agregado a los minerales que producimos); en ciencia y tecnología ambiental (enfocado, por ejemplo, en mitigación y adaptación al cambio climático); en tecnologías de la información y comunicación; y en transferencia tecnológica para la inclusión social.
Si bien Orjeda dice que no se están eligiendo “sectores ganadores”, sí se aprecia cierto sesgo hacia algunos que se consideran particularmente importantes para el futuro del país. Para la bióloga, ello es inevitable y de hecho es una decisión que tuvieron que tomar en algún punto todos los países que luego alcanzaron el desarrollo. Pero esta no es, en ningún caso, una tarea para un burócrata iluminado, sino que tiene que ser el desenlace de un diálogo permanente entre el sector privado, la academia y el Estado.
He ahí algo verdaderamente importante sobre lo que podrían sentarse a conversar más a menudo, sobre todo ahora que hay una estrategia que merece ser discutida, destacada o, eventualmente, corregida.