"Es la inversión privada la que necesita reglas claras para tomar las decisiones empresariales", refiere Tuesta. (Foto: MTPE)
"Es la inversión privada la que necesita reglas claras para tomar las decisiones empresariales", refiere Tuesta. (Foto: MTPE)
David Tuesta

¿Cuáles son las perspectivas económicas para la en el 2021 y los próximos cinco años? ¿Cuánto afectará la segunda ola de contagios del COVID-19 a la economía familiar y empresarial? ¿Enfrentará el Perú una tercera ola de infecciones? ¿Cómo afectará la llegada de las vacunas a la economía? ¿Qué tanto más daño puede hacer este Congreso populista? ¿Qué probabilidad existe de que los políticos que lleguen en julio sean más responsables que los actuales? ¿O serán aún peores?

Lo anterior son un conjunto de preguntas con las que he tenido que lidiar cuando atiendo a inversionistas nacionales e internacionales con posiciones relevantes de corto y largo plazo en el Perú. Esta lista larga de dudas válidas para tomar decisiones de inversión (o desinversión, ojo), es una clara señal de incertidumbre que envuelve el destino de nuestro país. Y una elevada incertidumbre es súper dañina para las perspectivas económicas.

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El COVID-19, por supuesto, ha incrementado la inseguridad de los mercados en todo el mundo, pues la presencia del virus marca una sensación de permanente anormalidad, en el que la demanda se retrae y en el que la oferta puede detenerse abruptamente por necesarias medidas de confinamiento. Y piense usted los “mazazos” financieros que ha significado para cada negocio cuando se planteó el largo confinamiento de la primera ola.

Piense usted ahora, cuando acabó esta y se reactivaron las actividades con optimismo y algunas empresas volvieron a intentarlo, sacando dinero de donde no había para continuar produciendo. Reflexione usted a partir de ahí lo que ha implicado para estos “mártires del optimismo”, el que les vuelvan a imponer medidas restrictivas en esta segunda ola, aunque estas sean, digamos, medidas más light.

¿Qué pasará cuando las restricciones se reduzcan? ¿Cuántas habrán sobrevivido? ¿Y si llega una tercera ola? No descarte ni por un minuto esto último para el Perú. Durante la pandemia de la Gripe Española de 1918-1919 hubo tres olas bien definidas. En la pandemia actual hay varios países que vienen experimentado tres olas de contagios. Y en muchos ya se anticipa la llegada de la cuarta ola, incluso estando en pleno proceso de vacunación. No crea por favor ni por un segundo en aquellos que les digan que ya no habrá más. No bajemos la guardia.

Y para el caso peruano la cosa es más complicada. Con una segunda ola en pleno desarrollo, queda claro que no se pudo aprender bien las lecciones de la primera. Se puede anticipar a partir de esto que los daños al aparato productivo no serán nimios, más allá de cualquier buen intento por parte del actual gobierno. Esto por sí mismo ya debiera alejarnos de las predicciones de rebotes optimistas de crecimiento del PBI de dos dígitos para el 2021.

A lo anterior se sumaría la incertidumbre de la disponibilidad a tiempo de dosis considerables para iniciar un proceso de vacunación a escala. Estados Unidos, uno de los países que está avanzando a buen ritmo en el proceso de vacunación, se estima que podría tener inmunizada al 75% de su población en 11 meses.

Perú recién está arrancando, y anticipándose que difícilmente tengamos la capacidad logística norteamericana, no habrá forma de asegurar que las cosas se normalicen en el país en el 2021 y ni siquiera en la primera mitad del 2022. Es mejor ser realistas en lugar de vivir de fantasías.

El populismo también juega su partido aparte. De más está seguir desgañitándonos por lo que hace el impresentable Congreso actual con sus leyes anticonstitucionales, reformas absurdas y obstruccionismos continuos. No hay semana que deje de sorprendernos. El daño que han ocasionado es irreparable. No obstante, este partido de la “politiquería” se seguirá jugando.

Si nos guiamos por las encuestas, es altamente probable que volvamos a contar con un Congreso fragmentado y un Ejecutivo atado de manos. Lo único que podría ayudarnos a contener un probable desastre son los mercados internacionales. Hasta el día de hoy, la amenaza de perder el “grado de inversión” que nos han dado las clasificadoras de riesgo es lo único que ha contenido mayores estropicios. Pero si esto sucediera, entraríamos a jugar una dinámica muy diferente, con clara tendencia al desastre.

¿Qué podemos anticipar para el Perú con toda esta mescolanza de incertidumbre? Empecemos con lo positivo, que es justamente lo que no sucede en el país. El escenario global se muestra bastante alentador, con las principales economías creciendo con mayores fortalezas y en el que se espera un crecimiento global en torno al 3% o más.

Los principales formadores de mercado del mundo anticipan un “súper ciclo” de crecimiento en el precio de los metales. Si aprovecháramos estas circunstancias para propiciar mayores inversiones mineras en el Perú sería fantástico. Pero entendiendo que de fantasías no vivimos, al menos podemos esperar que por efecto precio, tengamos resultados buenos en la actividad económica.

Ahora bien, en el escenario interno, bajo un contexto de un populismo similar al actual en los próximos años (¿por qué tendría que ser diferente a este?) con impulsos suicidas a cambiar la Constitución, y otras materias programáticas que trae cada uno de los partidos, esperaríamos –siendo condescendientes– un escenario de crecimiento en el 2021 más cercanos al 5% que al 10% que la mayoría de los economistas ha venido otorgando.

Para el escenario 2022-2026, difícilmente veo al Perú superando el 3,5%, incluso con un impacto positivo de metales. Si al final el efecto en el precio de los metales no es duradero, y no alcanza para más de dos años, veo difícil ahí sí que crezcamos por encima del 3% anual.

En este contexto ya incorporo el hecho que la administración que llegue en julio podrá gestionar el escenario fiscal, que implica que tendrá que realizar ajustes presupuestarios necesarios a partir del 2022 (yo dejaría el 2021 tranquilo el ámbito tributario, salvo introducir necesarias políticas de eficiencia en el gasto) para darle un perfil sostenible de convergencia dado el nivel de alto endeudamiento en que hemos quedado.

La clave diferencial de este escenario y la posibilidad de contar con uno de mayor crecimiento y prosperidad estará en el espacio que se le dará a la inversión privada.

Durante los últimos años ha habido una campaña ideologizada fuerte para denigrarla, generalizando los errores y horrores de algunos actores en temas puntuales. Pero este sector el generador del empleo en el país. Son las grandes empresas las que congregan el amplio porcentaje de empleo formal en el país, asumiendo una carga de contratación del 70% de los salarios. Es el motor del crecimiento a largo plazo, y mal hacen los políticos en lanzar calificativos generalizados que generan desconfianza. Sin el sector privado invirtiendo no habrá salida posible. El Estado no será la solución.

Es la inversión privada la que necesita reglas claras para tomar las decisiones empresariales que permitan definir sus compromisos de recursos financieros y no financieros. Y para ello es necesario que nuestro país cuente con una agenda creíble de competitividad con acciones y metas exactas sobre las que avanzar.

Esto requiere claramente un compromiso político que hoy no vemos, pero sobre el cual hay que seguir insistiendo desde nuestras trincheras. El Perú se merece más que crecimientos mediocres. Además, de la mediocridad al infierno se está a solo un paso.

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