Entre el 2003 y el 2013, el Perú logró una de las reducciones de pobreza más dramáticas en la historia moderna, pasando de una tasa de casi 60% de pobreza monetaria a poco más de 20%. El gran elemento detrás de ese logro fundamental fue el crecimiento económico, que impulsó los ingresos de los hogares en la base de la pirámide socioeconómica y les permitió superar la línea de pobreza.
Sin embargo, a la luz de nuestros resultados de los últimos años en casi todos los frentes relevantes (crecimiento, productividad, reducción de la pobreza, gestión de la pandemia, etc.), es evidente que ese crecimiento no fue el resultado de haber sentado bases para un desarrollo sostenido y integral.
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Una forma de cuantificar lo segundo es que mientras que entre el 2000 y el 2019 el crecimiento económico del país nos permitió saltar de la posición 105 a la 88 en el ránking de países según ingreso per cápita, en el ránking de países según el Índice de Desarrollo Humano descendimos del puesto 75 al 82 (ver gráfico).
¿Cómo recuperar esos niveles de crecimiento económico de manera sostenible, pero esta vez acompañarlos de una mayor expansión de bienestar y capacidades entre los ciudadanos?
En un documento de política reciente que preparé junto con María Claudia Augusto como parte del proyecto Perú Debate 2021, organizado por el Consorcio de Investigación Económica y Social, hacemos el ejercicio de diagnosticar el proceso de desarrollo peruano de las últimas décadas y plantear una nueva visión de desarrollo como primer paso para responder esa pregunta.
Nuestra conclusión es que el proceso de desarrollo peruano estuvo caracterizado por una institucionalidad que fue efectiva en cuidar la sostenibilidad fiscal, la apertura económica, mantener una inflación controlada y brindar garantías básicas para el desarrollo de la actividad privada. Eso generó un entorno económico estable y predecible, que permitió que con condiciones externas favorables (precios de materias primas y bajas tasas de interés), la inversión privada se dinamizara y la economía creciera aceleradamente.
Pero una revisión de la evidencia empírica sobre los procesos de desarrollo económico desde la segunda mitad del siglo XX muestra que una macroeconomía sólida y estable es solo uno de al menos tres elementos claves.
OTROS REQUERIMIENTOS
Un segundo elemento es un Estado capaz y competente, “que pueda implementar con efectividad y autonomía políticas para crear bienes públicos y promover el bien común” (Augusto y Ganoza, 2021). La relación entre capacidad del Estado y nivel de desarrollo es muy fuerte. En un estudio clásico, Anand y Ravallion (1993) hallaron que hasta dos tercios de la asociación entre ingreso per cápita y diferentes indicadores de salud de la población se deben a los mejores servicios públicos que permite un Estado con más recursos. Pero si el Estado no puede transformar esos recursos en servicios de calidad y con buena cobertura, esta asociación desaparece.
En el modelo de desarrollo peruano el Estado no ha sido una prioridad. Las “islas de eficiencia” de hoy son las mismas que teníamos en el 2000. No hemos logrado –e incluso cuestionaría si realmente hemos intentado– construir un Estado competente, que pueda diseñar e implementar con efectividad políticas pensadas para promover el bienestar.
La tercera dimensión es un sector privado innovador y competitivo. La evidencia internacional es muy contundente en señalar que la productividad es el factor más importante detrás de las diferencias en el ingreso per cápita entre países, y podría llegar a explicar hasta el 70% de estas. A su vez, la eficiencia y la innovación del sector privado son los impulsores del aumento en la productividad. Pero, a pesar de una infinidad de planes de competitividad, nuestra economía sigue siendo principalmente informal, poco diversificada, y con una concentración demasiado alta del empleo formal en los sectores de servicios y comercio.
Cualquier plan de gobierno o estrategia de desarrollo que pretenda ser efectiva para retomar una senda de crecimiento y bienestar tiene que enfocarse en estas tres dimensiones. Lo primero es asegurar la estabilidad macroeconómica, que ha sido puesta en riesgo por el impacto de la pandemia en la sostenibilidad fiscal. Lo más importante para esto es mejorar la presión tributaria.
Lo segundo es empezar a invertir de verdad en las capacidades del Estado. Y el primer paso para esto es fortalecer el centro de gobierno (binomio MEF-PCM) y la capacidad del Estado para reformarse a sí mismo. Crear ahí una tecnocracia competente y estable que pueda repensar el Estado Peruano e ir desarrollando capacidades de manera gradual.
Lo tercero es promover la innovación y competitividad del sector privado, a través de la remoción de regulaciones absurdas que entorpecen innecesariamente la actividad privada, de promover bienes públicos que la favorecen (especialmente infraestructura) y políticas inteligentes para incentivar la innovación y la diversificación (ayudando a reducir riesgos y fomentar el emprendimiento).
Como se muestra en el diagrama, los avances en estas tres dimensiones se retroalimentan entre sí para potenciarse.
Podemos discutir qué políticas son más efectivas o adecuadas en cada dimensión, pero lo cierto es que no hay país que se haya desarrollado que no haya avanzado en las tres.
Finalmente, la única forma de lograr avances que se sostengan en el tiempo es con una mejor clase política, que tenga incentivos para continuar una estrategia a lo largo de diferentes gobiernos.
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