Desde el 30 de setiembre se viene desencadenando una serie de acontecimientos que evidencian un claro descontento social en América Latina. Primero fue Ecuador, luego Chile y después Bolivia. En los tres casos, los índices de violencia dejaron lamentables pérdidas de vidas humanas y cuantiosos daños económicos por los saqueos y ataques a negocios y propiedad privada.
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En Ecuador, las protestas comenzaron el 2 de octubre con el paro de transportistas en contra de la eliminación de subsidios al diésel. Cuando los transportistas llegaban a un acuerdo con el Gobierno, la Confederación de Nacionalidades Indígenas inició un paro una semana después. Este paro se radicalizó los días 12 y 13 de octubre y, finalmente, se derogaron las medidas que generaron las protestas.
En Chile, desde el alza de las tarifas del metro de Santiago (6 de octubre) se produjo una reacción inmediata de los estudiantes. La situación se agravó, varias estaciones del metro fueron incendiadas y el Gobierno ordenó su cierre. Luego, se intensificaron los enfrentamientos entre la población y la policía. Así, desde esa fecha, hemos sido testigos de las manifestaciones más masivas que se hayan visto en ese país en las cuales la población ha expresado su rechazo a la situación actual en sectores como salud, educación, pensiones, costo de vida y calidad de sus gobernantes.
En Bolivia, las protestas comenzaron el 20 de octubre a raíz de la discutible reelección de Evo Morales. Una huelga general convocada desde el 22 de noviembre por diferentes organizaciones contribuyó a crear un mayor grado de inestabilidad social. La OEA se pronunció y el 2 de noviembre el Ejército y la policía instan al presidente a renunciar, lo cual se produjo el último domingo.
A mi modo de ver, estas convulsiones en tres de los cinco países que limitan con el Perú en el lapso de los últimos 45 días me llevan a las siguientes reflexiones: i) que no debemos subestimar las crisis (en nuestro caso, los conflictos mineros localizados principalmente en el sur debieran ser atendidos de inmediato porque pueden escalar); ii) que el malestar social no se corrige con cambio de ministros, se requiere un cambio de actitud y voluntad al más alto nivel para atender las necesidades del ciudadano, crecimiento y generación de empleo son imprescindibles pero no suficientes; iii) que la población pide rotación y calidad en sus gobernantes (urge respetar los tiempos de permanencia en el poder y mejorar la gestión pública brindando servicios adecuados en educación, salud, seguridad y justicia); iv) que es mejor anticipar todos los efectos antes de dar las medidas (comunicando mejor y siendo empáticos con la población); y v) que cuando se tienen expectativas no satisfechas, el tiempo es una variable que nos juega en contra. Que no sea demasiado tarde.