Aunque la pregunta que titula este artículo podría apuntar hacia un lugar común o tener una respuesta fantasiosa, lo cierto es que hoy como nunca antes estamos en camino de esa posibilidad. Es probable que piense que no es así cuando ve una acumulación de violencia en los noticieros de la mañana, cuando la corrupción no es castigada por las instituciones ni por los electores, o cuando se topa con el rostro de la pobreza en cualquier esquina o cuando ve a gente como usted perdiendo el control en el tráfico de las seis de la tarde. Es posible, pero con mejores condiciones. Y en esa tarea, el crecimiento económico es una condición necesaria pero no suficiente para alcanzar el desarrollo.
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Para Rolando Arellano, presidente de la consultora Arellano Márketing, es muy fácil decir que queremos ser un país del primer mundo sin antes haber definido qué significa eso para los peruanos. La mayoría de la gente puede pensar que ser del primer mundo es ser como Estados Unidos. Y allí hay un problema de visión –señala Arellano– porque ese primer mundo está integrado por países que no han sabido administrar su desarrollo. Se ha notado no solo por la crisis financiera internacional, sino también porque en varios de ellos se ha sobrepasado el límite en el que la riqueza proporciona bienestar. La gente tiene qué comer, pero come de más y es obesa. La gente tiene trabajo, pero conseguir más dinero se convierte en el objetivo de su vida, y así su rutina se vuelve una neurosis. Son sociedades donde la razón de ser del consumo es el consumo mismo, y no el camino para otras cosas.
Ser un país del primer mundo no significa ser como ellos, sino vivir en una sociedad en la que el bienestar se retroalimenta y llega a la mayoría. “El gran error es pensar que el modelo de hacia dónde queremos llegar como país ya está dado y que solo hay que correr y correr para llegar a él”, dice Arellano.
El Perú debería alcanzar un modelo propio, y el economista Carlos Parodi, investigador de la Universidad del Pacífico, sugiere que se debería tomar como referencia lo que han hecho países con una estructura productiva parecida a la peruana, como Australia o Noruega, por ejemplo, que son países primarios exportadores, pero donde el bienestar –que todos puedan cubrir sus necesidades básicas con amplitud– sí está distribuido en toda su población. “Hay que ver lo que hicieron y darnos cuenta de que también es posible hacerlo aquí. ¿Por qué ellos sí funcionan? Porque tienen instituciones eficientes y con credibilidad. Cuando una sociedad pierde confianza es difícil solucionar el camino al desarrollo, pero no imposible”, señala Parodi. Arellano añade que no nos toca copiar a otros países, porque nunca vamos a ser líderes. “Si vas a copiar ya hay otro país que lo viene haciendo mejor y hace mucho tiempo”.
Está claro que con la disciplina fiscal que tenemos no es suficiente. Subir puntos porcentuales y mejorar indicadores no deberían ser el objetivo de la economía sino el bienestar social, y la deuda pendiente del país es conectar lo económico con lo social.
Hasta ahora cuando el entorno exterior anda mal, nos va mal también, por eso hay que entender que el desarrollo es un proceso que debe comenzar desde adentro. “Para eso se necesita un liderazgo político, que tenga metas y un equipo listo para aplicarlas, y que estas metas no sean solo macroeconómicas”, dice Parodi. El economista añade que debe quedar claro para todos los peruanos cuáles son los objetivos del país, porque si uno lo pregunta hoy sin duda obtendrá múltiples respuestas o, lo que es peor, muchos ciudadanos dirán convencidos de que el Perú no tiene objetivos.
LUGAR PARA LÍDERES
Si se busca ser reconocido a ojos del mundo como un país desarrollado, una de las principales metas es llegar a ser miembro de la Organización para la Cooperación Económica y Desarrollo (OCDE). El único sudamericano en este selecto club de 34 miembros es Chile desde el 2010, pero Colombia y Brasil serán próximamente admitidos. Al respecto, Carlos Anderson, presidente del Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (Ceplan), apunta que se necesita impulsar el planeamiento en la gestión del Estado, de manera que los presupuestos sigan a los planes, y que no se diseñen planes sin presupuesto. “Los países que han dado saltos son los que han incorporado una visión moderna de planeamiento, que implica sumar visiones de futuro al diseño de políticas actuales”.
Estar en la OCDE no solo es una garantía para atraer inversiones sino que en su interior se alientan las reformas a partir de compartir experiencias con los países que ya encontraron la solución a los mismos problemas. Para el Ceplan, ingresar a la OCDE, donde el Perú ya integra el Comité de Inversiones, es un propósito factible de alcanzar hacia el 2021.
No existe el mundo perfecto. Los países de la OCDE no tienen la vida resuelta ni mucho menos. También tienen una serie de falencias, pero sí están haciendo algo para resolverlas.
Está claro que en el Perú hay que animar la discusión en torno a estrategias, no sobre diagnósticos que ya son demasiados y van hacia lo mismo. Hay temas que se resuelven a largo plazo, pero ese largo plazo comienza hoy. Se deben dar pequeños logros que le devuelvan a la sociedad la confianza de que no hay temas estancados de por sí. Se avanza con prioridades y objetivos que van sumando. “Se necesita un Gobierno que sea gerente general y gerente de operaciones a la vez, es decir que se suba a un balcón para ver el horizonte, pero que baje rápido a trabajar. Porque una compilación de diagnósticos y declaraciones, pero sin ejecución solo nos frustra”, dice Paulo Pantigoso, country managing partner de EY, quien añade que es un error que el Estado se asesore poco en lo que no sabe, cuando debería parecerse y actuar más como una corporación.
Pero en este tránsito, como dice Arellano, hay dos sociedades paralelas en el Perú que no se han juntado, que se miran, que han comenzado a reconocer su existencia, pero que no tienden puentes. Hay una sociedad tradicional, formal, que está organizada y es la que está en el CADE, pero representa el 20% del país. El otro 80% ha crecido al margen, pero más rápido en las últimas décadas.
“El problema es que ambas sociedades tienen objetivos de futuro distintos”, dice. Sin embargo, esta no es una distancia ancestral insalvable, pues en los últimos 20 años se han dado todos los avances de convivencia que no se dieron en 400 años previos. Y ha sido la economía, no la política, la que ha abierto espacios para que ambos grupos puedan compartir.
EN OTRO NIVEL
En este camino hacia el desarrollo, la innovación y la aplicación de la tecnología parecen ser las respuestas para acortar distancias y estar menos rezagados.
Al respecto, Gisela Orjeda, presidenta del Concytec, destaca que esta gestión ha puesto el tema de la innovación en la agenda. Hoy se tienen mayores certezas de que es indispensable sumar tecnología y atraer talento para ir modificando la estructura productiva del país. Además, el Estado dispone de fondos para financiar diversos proyectos, y en ellos participan conjuntamente universidades y empresas que aportan también capital para estos fines. “Esto se pudo impulsar varios años atrás, pero no hubo decisión, para que la innovación tome el camino de una política de Estado”, dice Orjeda.
Anderson añade que a largo plazo necesitamos una economía más balanceada en diversos sectores, para que el Perú se integre al mundo, no solo como productor de materias primas sino como parte de cadenas de valor multinacionales. “Como país no participamos de ese nuevo modo de producción y allí es donde se generan las ganancias. Sin embargo, no tener una plataforma industrial muy dura permite que se inserten innovaciones y se puedan crear industrias de la nada”.
“Tenemos que ser una sociedad de iguales, no en resultados pero sí en oportunidades. Solo eso es lo que nos va a llevar al primer mundo”, resalta Carlos Parodi. Es posible ser un país desarrollado, pero hay que actuar sobre instituciones: con orden y reglas de juego en las que todos confiemos. Además de una revolución de valores que comience en casa y en los colegios. Sin eso no habrá lecciones aprendidas: tendremos un país con cifras que nos encumbren al desarrollo, pero donde la realidad de la vida diaria sea otra.