Recientemente, a raíz de la entrega –muy merecida por cierto– del Premio Nobel de Economía de este año a David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens, el tema del salario mínimo se tocó en los medios con opiniones muy diversas sobre su conveniencia, como se podría esperar. En un extremo estaban los que entendieron el galardón como una validación de las políticas de salario mínimo. En el otro, estaban los que entendieron que los estudios de Card, varios con Alan Krueger –lamentablemente fallecido de manera prematura–, habían establecido que alzas en el salario mínimo no afectan el empleo. Así, sin matices ni condicionantes. El diario “La República”, por ejemplo, tituló: “Nobel de Economía 2021 otorgado a David Card por probar que incrementar el sueldo mínimo no reduce el empleo”. Tales simplificaciones van precisamente en contra del espíritu que animó la entrega del Nobel, a saber, premiar el desarrollo y uso de métodos rigurosos en la investigación empírica y las contribuciones al conocimiento que de eso han resultado. En el caso de Card, en el campo de la economía del trabajo.
No obstante la enorme producción académica reciente inspirada por los galardonados, es curiosa la falta de unanimidad para describir los resultados de la “nueva economía de los salarios mínimos”. Esto en gran parte refleja la heterogeneidad de resultados encontrados. También, el reconocimiento de que ser investigadores no nos libra de sesgos y de ver un mismo vaso medio vacío o medio lleno según el ojo que lo observe.
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Sin entrar en la discusión de qué evidencia predomina en investigaciones en todo el mundo, es claro que uno puede encontrar –o no– efectos positivos o negativos respecto de un alza del salario mínimo sobre el empleo. No se puede recurrir a alguna ley universal para afirmar que el salario mínimo no tiene consecuencias negativas o positivas. El contexto es central, por lo que es necesario analizar la evidencia más pertinente, esto es, la del propio país o países similares, si se trata de aconsejar algún curso de políticas.
No es nuevo el uso de salarios mínimos en el Perú. El gráfico 1 muestra su evolución en las últimas seis décadas. Liquidada por dos décadas de inflación, la remuneración mínima vital (RMV) comenzó a recuperar su valor a mediados de los noventa. Desde 1991 ha sido elevada en 24 ocasiones. El activismo en términos de políticas de salario mínimo desde mediados de los años 1990 y la existencia de mejores datos han provisto oportunidades de investigación que varios economistas hemos aprovechado.
¿Qué sabemos a partir de estos estudios? Varios rasgos del funcionamiento del salario mínimo aparecen claros. Se identifica, por ejemplo, una fuerte correlación entre su nivel y la tasa de incumplimiento. Específicamente, el ratio de la RMV al salario promedio está muy correlacionado con la tasa de incumplimiento de la norma de salario mínimo. Mientras más alto, mayor es el incumplimiento.
Un segundo punto de importancia es que cuando se analiza la RMV, hay que considerar la enorme heterogeneidad en los niveles de productividad a lo largo del país, reflejada en los niveles remunerativos. Lima Metropolitana destaca por tener los niveles remunerativos más altos (junto con la región Moquegua) y los más bajos niveles de incumplimiento. En el otro extremo, tenemos regiones como Huánuco, Amazonas y Apurímac, donde la RMV es ¡superior al salario promedio! y, consecuentemente, tasas de incumplimiento altísimas.
Quizá el hallazgo central de estos estudios es el limitado efecto de la RMV sobre las variables claves del mercado laboral: remuneraciones y empleo. Así, los efectos se concentran en un grupo muy acotado del mercado laboral, aquellos trabajadores con ingresos alrededor de la RMV. Los efectos sobre las remuneraciones son, en el mejor de los casos, estadísticamente débiles y de magnitud pequeña, 30% del incremento para aquellos trabajadores formales que ganaban entre 0,9 y 1, 2 remuneraciones mínimas vitales antes del alza. En cuanto a empleo, solo se encuentran efectos significativos para los asalariados informales con ingresos también cerca de la RMV. Asimismo, estudios muy recientes encuentran fuertes efectos sobre la informalidad .
En suma, como instrumento para redistribuir ingresos hacia los menos favorecidos, la RMV no parece ser una política potencialmente efectiva. No eleva las remuneraciones de los que ganan menos al no tener efecto sobre las de aquellos que ganan por debajo del mínimo ni sobre las de trabajadores del sector informal. Asimismo, sus efectos sobre el empleo se concentran en elevarlo en el sector informal.
Quizá, más importante, distrae de las reformas cruciales para mejorar el bienestar de la clase trabajadora, que son las que apuntan a elevar la productividad y crear un sistema de protección social amplio y efectivo.
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