Twitter basa su modelo de negocio en la publicidad, como lo han hecho los medios de comunicación por bastante más de una década. Al ser una una plataforma, la regulación de este modelo ha ido construyéndose en el camino. De hecho, continúa en constante cambio, adecuación y mejoramiento, al igual que su propia ‘autorregulación’.
En enero del 2021, ante el riesgo de incitación a la violencia, la compañía suspendió permanentemente la cuenta de Donald Trump, cuando aún era presidente de Estados Unidos. Polémico pero firme movimiento que generó debate a nivel mundial. Curioso, además, que Twitter sea en sí mismo –dentro de los parámetros de la libre expresión que la compañía defiende– un poco ‘trumpista’: un espacio para escribir libremente toda clase de ideas. Para muchos usuarios, Twitter es un espacio para visibilizar desde lo más banal hasta lo más complejo. Es, incluso, un instrumento de réplica ante cualquier ofensa en el mundo virtual o real.
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Curioso también que tras el anuncio de la compra el 25 de abril, el co-fundador de la red social, Jack Dorsey, escribiera en su propia cuenta que recuperar Twitter (retirarla de Wall Street) es el “primer paso correcto”. Dorsey dijo considerar que nadie debe poseer o dirigir Twitter, pues esta busca ser un bien público y no una empresa. “Para resolver el problema de que sea una empresa, Elon [Musk] es la única solución en la que confío”, escribió. Así, gracias a Dorsey, quien considera que Twitter es lo más parecido a una “conciencia global”, este eventual bien público que ya es utilizado por muchos políticos a nivel mundial queda en manos de uno de los hombres más ricos.
Después de leer su hilo, es difícil no pensar en cómo alguien que le atribuye a su propia creación el estatus de “conciencia global” no sea medianamente consciente de que esta compra se parece –aunque sea un poco– a la del Washington Post por parte del también millonario Jeff Bezos allá por el 2013.
Dejando de lado el discurso más romántico, el mundo del ‘big tech’ está ya con los ojos –y los millones– puestos en los medios y plataformas de comunicación. Un reto interesante y de largo aliento para el sistema regulatorio mundial, que debe dar cada vez saltos más grandes en aras de alcanzar al rápido avance tecnológico.